- ¿Es que no vas a mirarme, ardillita?
- Esto es un secuestro, Brooks. - manifestó ella sin dignarse a mirarlo a la cara. - Te estás aprovechando de tu placa para hacer de las tuyas. ¡Eres detestable! - exclamó con fiereza. Pero Hunter se obligó a esconderse tras ese caparazón que lo había mantenido en pie durante todo este tiempo. - Además, no tenemos nada de qué hablar. No lo hubo en ese entonces, y tampoco ahora.
- ¡Maldita sea, quieres mirarme! - gruñó él. Sunshine dio un respingo sobre el asiento del susto, lo que obligó a Hunter a replantearse su propio estado de ánimo. - Ardillita, te estás comportando como una cría. ¡Mírame! - exigió. Y ella volvió a ignorar su orden. - Las cosas no son como crees. Si me permitieras explicarme, entenderías por qué me fui de Jackson Creek.
- Dirás por qué me abandonaste.
Él no la abandonó.
¿Cómo podría explicárselo sin perder la vida en el intento?
- No te abandoné, Sunshine.
- Eso ya no importa. - soltó ella resignada. Sunshine no dejaba de juguetear con el anillo de plata que llevaba puesto en uno de sus dedos. - Yo tengo mi vida en Vancouver, y tú eres el sheriff de Jackson Creek. - añadió. - Hay cosas que, simplemente, nunca llegarán a ser.
Hunter dejó caer su pie izquierdo como un peso muerto sobre el pedal del freno, haciendo que, por inercia, ambos se vieran inclinados hacia delante.
- ¡Es que quieres matarnos!
- ¿No has vuelto a Jackson Creek para quedarte? - le preguntó. Él había creído que su regreso al pueblo le permitiría iniciar su plan de reconquistarla, y ahora esa posibilidad podía estar yéndose por el desagüe. - Supuse que te harías cargo de la casa de tía Ágatha.
- Supones muchas cosas, y mal. - le aclaró. - He venido a poner la casa en venta. Tía Ágatha me dio permiso. - el pensamiento de volver a perderla hizo que a Hunter le doliera el corazón. - Así que, en cuánto tenga un comprador, no dudaré en irme por dónde he venido.
- Eso si yo lo permito.
- Eso si yo lo permito. - repitió Sunshine a modo de burla. - Tu arrogancia me supera, Brooks.
- Y tu malcriadez a mí, ardillita.
Hunter Brooks la absorbió con la mirada de una sola pasada. Llevaba tanto tiempo sin verla, sin tocarla, sin sentirla, que no sabía cómo estaba siendo capaz de reprimir este deseo de tomarla en sus brazos. De aferrarla contra su pecho. Sunshine había cambiado mucho desde la última vez que la vio, ya no sólo por ese carácter tan insoportable de amazona que había adquirido, sino también por las curvas que se añadieron a su cuerpo. Y que invitaban al pecado. Sus caderas lucían más anchas, su cintura más definida y hasta sus pechos adquirieron un par de tallas más. Tres elementos que sólo consiguieron estresar más a su polla. Porque él daría lo que fuera por verla como Dios la trajo el mundo, aunque sólo fuera una vez. Sentirla caer desnuda sobre su cuerpo, rozando piel con piel, o averiguar cómo se sentía la boca de ella en aquella parte de su anatomía que se moría por ser satisfecha.
Santo dios, llevaba demasiado tiempo sin sexo, y no sabía cuánto más podría aguantar esta situación.
- Será mejor que me marche a casa. - le avisó, y él la retuvo del brazo. - Suéltame, demonio.
- ¿Es que estás buscando que te siente sobre mis piernas para que te enseñe lo que es la disciplina?
- ¿Te ha funcionado esto con alguna chica? - le preguntó ella. - Porque déjame decirte que acabas de darte con la pared.
ESTÁS LEYENDO
#1 Hacerte mía, otra vez. (Trilogía Jackson Creek)✔️
RomanceElla tiene su orgullo. Él tiene su corazón. Sunshine Moore se enamoró de aquel demonio de ojos azules a primera vista. Sin importar que fuera diez años mayor que ella, y que todo Jackson Creek renegara de su amor a las espaldas. Sin embargo, las hab...