Hunter Brooks había perdido la cuenta de la cantidad de botellas de vino que ingirió desde la noche en la que se enteró que la mujer que amaba se había marchado de Jackson Creek para siempre. Mas no lo hizo sola sino con ese hombre al que ella misma había otorgado el título de prometido. Del hombre de su vida. Pero quién podía culparla si después del daño que él mismo le había causado con su abandono, Sunshine había tomado la decisión de seguir adelante. De no elegirlo. De apreciarse y quererse lo suficiente como para no seguir viviendo a expensas de un hombre que había desaparecido de su vida de la noche a la mañana. Sin decir adiós. Ni dar ninguna explicación. El sheriff había comprendido, aunque, demasiado tarde, que sus promesas no significaban absolutamente nada. No lo habían hecho al principio de su relación. Entonces, cómo esa mujer iba a creer en él ahora, en el amor que proclamaba sentir por ella desde que apareció en el pueblo, sólo porque se lo repitiera un millón de veces. La verdad era que no le había demostrado realmente que la amaba. Tan sólo le había impuesto su presencia. La había presionado hasta conseguir que volviera a aceptarlo. Y no es como si esta casa que había construido en su nombre fuera prueba de ello, pues él sólo había querido convencerla de que nunca volvería a marcharse de su lado. Aunque, por supuesto, sus deseos de crear una familia junto a ella fueran completamente ciertos. Mas de esa quimera ya no quedaban ni los restos. Estos cuatro días de aislamiento, quizás por culpa del alcohol, no había hecho más que lamentarse de su suerte y ver a los fantasmas de los hijos que nunca tendrían juntos correteando por toda la casa.
Si Hunter tan sólo hubiera tenido el valor de confiar en ella, de compartir sus preocupaciones y problemas, ahora mismo no estaría llorándole de esta manera.
Ni lamentando la idea de que quizás nunca volviera a verla.
No.
Dios, no.
- Jefe, soy yo.
Maddox.
- Abra la puerta, por favor.
Ahora mismo, él no tenía ganas de ver a nadie.
- ¡Márchate! - exclamó. Hunter estiró el brazo para alcanzar su teléfono en la mesilla y averiguar la hora. - Casi es medianoche. - gruñó. Y el peso de su cuerpo cedió cayendo como un saco de huesos pesados al suelo. - Joder, duele.
- ¡Jefe! - Maddox aporreó la puerta de la casa para exigirle que lo dejara entrar, y no escatimó en esfuerzos para intentar manipular la cerradura. - No puede seguir encerrado por más tiempo. Eso no traerá a Sunshine de vuelta. - Hunter lo sabía, y muy bien. Pero no contaba con fuerzas para seguir luchando. - Un amigo suyo lo está buscando. Ha conducido toda la tarde desde Seattle por usted. ¡Abra la puerta, por favor!
- ¡Teniente!
Esa voz.
Hartman.
Era su camarada Adonis Hartman.
- ¡Será mejor que mueva el culo! - le advirtió. Hunter conocía perfectamente las habilidades destructivas de su mejor amigo, y también que una patada suya podría echar abajo cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. - ¡No he dejado a mi preciosa mujer y a mis bebés para hablar con la maldita puerta!
- ¡Yo no te he pedido que vengas! - respondió a la defensiva.
Adonis era un idiota por haber venido hasta aquí en lugar de permanecer al lado de su preciosa mujer e hijos.
- ¡Los chicos sabrán de su ataque de llanto si no abre en los próximos dos minutos! - lo amenazó.
- ¡Atrévete!
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#1 Hacerte mía, otra vez. (Trilogía Jackson Creek)✔️
RomanceElla tiene su orgullo. Él tiene su corazón. Sunshine Moore se enamoró de aquel demonio de ojos azules a primera vista. Sin importar que fuera diez años mayor que ella, y que todo Jackson Creek renegara de su amor a las espaldas. Sin embargo, las hab...