La decisión del lobo

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Ya habíamos pasado tres días sin comer. Yo sentía mis tripas apretujadas con cada paso que daba. Mis labios estaban morados del espantoso frío. La montaña parecía que no iba a ceder tan fácilmente.

Staz permanecía en su forma real. Decía que con esa forma tendría más fuerzas que con la humana. Raspaba desesperadamente la nieve en búsqueda de alguna madriguera de liebre pero lo único que devoraba eran raíces secas que sabían a tierra.
Yo había preferido aguantarme el hambre antes que volver a poner en mi boca otra de esas repugnantes raíces.

Sabíamos que nos observaban. Ansiaban el momento en que el gran libahunt caiga rendido ante la gravedad de sus heridas. Ya habían dejado de soltar sangre y solo quedaba su pelaje grisáceo tieso de los coágulos. Yo lo había intentado lavar con algo de nieve pero solo contribuía a un mayor dolor para Staz, así que lo dejé como estaba.

Horus me había advertido en sueños que me alejara de Staz en ese estado. Sabía que los lobos hambrientos son peligrosos pero no esperaba que Staz me atacara.

Lamentablemente me equivoqué.

Me había zarandeado del brazo y tirado sobre la nieve. Yo no opuse mucha resistencia. El hambre y el frío me habían debilitado.
Ahora Staz sobre mí, con sus ojos dorados en los míos y la boca entreabierta empapada en saliva espesa. Su aliento caliente me trajo felicidad ante tanto frío del ártico. Staz gruñía sobre mí y me tenía inmovilizado con su enorme cuerpo, estaba tan cerca de mi garganta que me daba miedo tragar saliva, pues temía que me lastimara con tan filosos colmillos.

Igual, en esos instantes sentía que mi vida valía menos que la nieve en primavera.

Sí, la primavera. Lo que hizo desistir a Staz de tomar la decisión de matarme.

Por eso admiro tanto a ese lobo. Por su excepcional fuerza de voluntad...

No caigas en la trampaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora