Disparo

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Era la tercera vez que el lobo me dejaba algo a mis pies.

Una ardilla muerta.
Que considerado.

Lancé el cadáver lejos de mí mientras me daba una arcada.
No me había percatado que el lobo se acercaba peligrosamente a mi sitio.

Su pelaje era fantasmal y tan pulcro como la plata.
Mi verdugo y mi final.

Se sentó frente a mi sin hacer ningún sonido. Allí noté el enorme animal que realmente era. Una de sus patas era casi del tamaño de mi mano estirada y su cabeza era casi tan grande como mi pecho; el cual se alzaba con un compás veloz ante el terror que sentía.

Él me observaba, ojos impasibles sin mover ni un músculo.

Lo imité y por primera vez, lo desafié con la mirada.

Mis compañeros siempre decían que jamás debías enfrentar a un depredador así. Lo más probable es que lo tomé como una declaración de ataque.
Sin embargo, el lobo siguió allí sin inmutarse.

Um gruñido se escapó de mis propios labios. Intentaba persuadirlo.

Nada aún. Incluso su rostro parecía irradiar aburrimiento.

Forcejeé nuevamente mis ataduras aún con el latigazo de dolor en mis hombros pero aún no conseguía un cambio de actitud por parte de la bestia.

Fue un disparo lejano lo que lo sacó de su misterioso trance. Lo hizo gruñir de furia y voltearse.

Antes de huir por el follaje hacia donde provino el disparo, devoró el cadáver de la ardilla de un solo bocado.

No caigas en la trampaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora