El gorjeo de los distraídos

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Staz se había ruborizado frente a mí. No pude evitar sostener su rostro torvo entre mis manos. Olía a pinos y tierra. Olía igual que el bosque.

Tenía al gigantesco libahunt frente a mí, mostrándome su lado más vulnerable.

Ya me había quitado las ataduras de mis manos. Ya no me mira como si fuera su presa. Me mira como si igual.

Lo mismo hacía el bosque, manifestándose sobre nuestras cabezas. El viento rugía como bestia enfadada, los árboles se agitaban con vehemencia y los jilgueros gorjeaban, distraídos a la escena que se desencadenada bajo las ramas de sus hogares.

—¿Te quedarás en el bosque conmigo? —preguntaba quitándose el agarre de su rostro.

—¿Y abandonar mi humanidad? —declaré como si me hubieran arrebatado algo muy preciado.

Staz estaba avergonzado y su mirada cayó a la nieve. Yo la volví a subir tomándolo por la barbilla. Una sonrisa ladina apareció en mis labios.

—Por supuesto que sí —respondí.

Y nos fundimos en un cálido abrazo que el frío había abandonado nuestro espacio.

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