El lobo que devoró a caperucita

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—¿Me temes? —su voz atrevesó ese lado animal que me había mostrado durante tanto tiempo.

Mi rostro estaba cubierto de lobo y sangre y mi boca tenía ese sabor amargo típico de un vacío en el estómago. Mis manos habían dejado de estar guindando a mis costados a pasar inertes sobre mi cabeza como un guindalajo de muérdago sobre la del monstruo y mía.

Él se acercó con su acerva mirada de ópalo y suspiró en mi boca. Mi aliento en el suyo junto con esa sonrisa malévola y caricaturesca.
Como era de imaginarse, el lobo disfrutaba verme en dichas circunstancias.

Yo era osado, no iba a dejarme intimidar tan fácilmente por él.

—Yo no te tengo miedo —dije con firmeza, mostrando mis ensangrentados dientes.

Fue uno de mis más grandes errores pronunciar dichas palabras.

No caigas en la trampaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora