Muerto por una codicia perdida

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La tundra se había convertido en un frondoso bosque cuando lo recuerdo. La nieve crujía bajo mis botas de cuero y reíamos con mis compañeros.

¿Cómo puedo ser capaz de recordar detalles innecesarios y no los más relevantes?

Alguna vez me pregunté por qué los lobos aullaban a la luna. Nunca supe la respuesta.

Esta es la pregunta que suelo hacerle al cielo mientras estoy atrapado bajo sus dominios. Ansío que la noche caiga y dejar de ver sus endemoniados ojos oscuros. Que deje su fachada falsa y devuelva su forma real. Que se largue de la cueva. Que se aleje de mí.

Que me libere.

Ya ni siquiera se si los días que pasan se me hacen cortos o largos. Apenas puedo contemplar el amanecer.
El ruido del riachuelo me enloquece cuando me encuentro en el lugar indicado por la bestia.

Sus ademanes delicados, su elegancia al caminar y su mirada pícara me taladran mi humanidad. Fuerzo las cadenas cada vez que me deja abandonado allí, a merced del bosque.

Las voces que oigo allí no son apacibles. Alaridos profundos de dolor que helan la sangre, lamentos lastimeros que crecen y decrecen con el aullar del viento simulando el estilo del émbolo son el pan de cada noche. Las estrellas merecen ser las princesas de la noche pero a lo lejos solo me recuerdan a sus ojos de demonio, cuando regresa a su verdadera forma.

Mi voz ya se había apaciguado de tanto gritar y me había decidido a no dirigirle la palabra a tan imponente monstruo.
A él ni le inmutó, solo continuó con su porvenir.

No caigas en la trampaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora