Llegamos

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Esta historia comienza cuando el Team se va a España para vivir en la Ken House.

Historia adaptada al Team Ken 

—¿Es aquí? ¿La casa entera es tuya? —exclamé mientras él recogía nuestras maletas y se detenía junto a mí.

—Es nuestra, sí, del Team. —Sonrió y me señaló el camino delante de él.

La casa era magnífica y encantadora, todo al mismo tiempo: muros de estuco blanco, techo de tejas, líneas limpias y suaves arcos. Árboles de naranja se alineaban desde el estacionamiento, y una bugambilia trepaba por los muros del jardín. La casa era clásica, construida para soportar el clima y proteger a las personas en su interior. 

Mientras Emilio buscaba la llave en su maleta, yo inhalé el aroma de los cítricos y el distintivo aire salado.

—¡Ajá! La tengo. ¿Lista para ver el interior? —Luchó con la puerta por un momento antes de girarse hacia mí.

Tomé su mano, entrelazando nuestros dedos y me incliné a besar su mejilla.

—Gracias.

—¿Por?

—Por traerme aquí. —Sonreí y le besé de lleno en los labios.

Caminé por la pasarela de hierro que se elevaba sobre un patio de losas de barro, flanqueado por olivos. Sentí a Emilio caminar detrás de mí y sin decir palabra, colocó sus manos en mi cintura. Se acurrucó junto a mí, descansando su cabeza en mi hombro. Me recosté en él, sintiendo los ángulos y planos de su cuerpo encajar con el mío.

¿Conoces esos momentos cuando todo es exactamente como se supone que debe ser? ¿Cuándo te encuentras a ti misma y a tu universo entero alineándose en perfecta sincronía y no puedes ser más feliz? 

Yo estaba en ese momento y completamente consciente de ello. Dejé escapar una risita, sintiendo la sonrisa de Emilio desplegarse por su rostro mientras presionaba mi cuello.

—Está bien, ¿no? —susurró.

—Está muy bien —respondí, y ambos miramos la puesta de sol en un silencio embrujado.

Sencillamente, decidí disfrutar. Y lo hicimos, corriendo de un lado a otro, riendo como niños cuando encontramos el jacuzzi en el baño del pasillo.

Entonces entramos a la habitación principal. Doblé la esquina y lo vi de pie en el pasillo, del otro lado de la puerta.

—¿Qué demonios encontraste que te tiene tan apende... no ma-mes. ¡Mira eso! —

Me detuve junto a él, admirando desde el umbral. Ahí, en medio de una habitación en esquina, con su propia terraza, con vistas hacia la ciudad, estaba la cama más grande que había visto. Tallada de lo que parecía ser teca, era tan grande como un campo de fútbol.

Cientos de sedosas almohadas blancas puestas en el cabecero, derramándose sobre un edredón blanco. Estaba doblado, por lo que el millón de hebras de hilo brillaban, de hecho brillaban como si estuvieran encendidas desde dentro.

Transparentes cortinas blancas colgaban de barras suspendidas sobre la cama, creando un dosel, mientras más cortinas colgaban en las ventanas mirando hacia el jardín. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas flotaban con la brisa suave, dándole a la habitación un efecto ondulante.

Era la cama de las camas. Era la cama que querían ser todas las camas cuando crecieran. Era el paraíso de las camas.

—madres —dije, todavía de pie en el pasillo junto a él.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora