Rutina

86 5 2
                                    

—Estos últimos meses he notado a Mary algo extraña. Siento su incomodidad y distanciamiento... La poca interacción que tenemos como pareja se ha relegado a simples saludos por compromiso o costumbre. A estas alturas, la intimidad es nula.

Tenía muy claro la situación que tenía frente a mis narices. Sabía que estábamos experimentando momentos muy difíciles, llenos de mucha tensión. Pero, entre el trabajo y las cuentas por pagar, ocupaban gran parte de mi tiempo, provocando un desastre en mi vida marital. Soy muy consciente de que su actitud en parte es culpa mía. El no hacer nada para remediar estos problemas causaba una gran fractura en el matrimonio.

Sé que no debo descuidarla. ¡No quiero perderla! Pese a todo, amo a Mary con todo mi ser.

—Así no era como imaginaba mi vida de casada. Me siento frustrada y prisionera de mis desdichas. Claus ya no me toca, no me mira como antes. Siempre me dice que está cansado, estresado por mucho trabajo y todas esas tontas excusas. No me siento deseada por mi esposo y eso me carcome por dentro.

¿Será que no me considera lo suficientemente mujer para tocarme? ¿Acaso habrá alguien más o solo me ha relegado a ser solo un mueble más de esta casa?

Estoy cansada de esta situación y no tengo idea de qué debo hacer. A pesar de todo, amo a Clause con todo mi ser.

Llega una noche más al hogar de Mary y Clause. Al parecer, las cosas no parecen mejorar. En el ambiente se percibe la tensión, la tristeza y hasta cierta desesperanza.

—Hoy es un día perfecto para hacer algo diferente. Necesito reavivar la llama de este matrimonio, que no parezcamos extraños cumpliendo una tarea. Quiero ver una sonrisa en su rostro, recobrar ese vigor que teníamos cuando nos conocimos, esa pasión que perduró hasta los primeros años de casados. ¡Hoy definitivamente estoy dispuesto a sorprenderla! —Recordé lo mucho que a Mary le gustaban las sorpresas.

Llegué a casa alrededor de las 11:30 pm. Si bien estaba algo cansado, no iba a retractarme del plan que pretendía ejecutar para darle otro rumbo a nuestro matrimonio. Abrí la puerta de una manera sigilosa. Sabía que no me esperaban en casa, pero no deseaba ser descubierto por exceso de ruido. Lo que menos quería era sobre avisar a mi esposa. Esta sería mi oportunidad para recuperar el tiempo perdido con ella.

Después de relajarme un rato en la sala, procedí a quitarme los zapatos y mi camisa. Necesitaba sentirme libre... Además, así sería más fácil.

Me escabullí silenciosamente en la habitación. El momento de darle vida a mi plan había comenzado. Mientras tanto, Mary dormía plácidamente. Parecía tan tranquila y en paz. Eso noté. La observé por un instante, dándome cuenta de lo hermosa que se veía, de lo mucho que la amaba. Algo que no había dejado de hacer pese a la distancia existente entre ambos. Sin querer perder más tiempo y no deseando dejar escapar el coraje ganado, me aproximé a ella. Cada milímetro más cerca de Mary aceleraba mi pulso y respiración, casi como jadeos. Mi cuerpo sentía espasmos al estar junto a mi amada.

Dirigido por un impulso lujurioso, olfateé de manera desesperada la hermosa cabellera negra de Mary. Puse mis manos sobre la piel blanca de mi esposa, acariciándola con devoción y dulzura. Con paciencia, recorría cada parte de su contorno. Al detalle, me guiaba con cada curvatura de ese maravilloso monumento que tenía frente a mí. Tras cada suave toque, Mary iba reaccionando. Después de unos cálidos besos, finalmente la bella durmiente había despertado.

—¿Qué haces? —preguntó Mary algo sorprendida al encontrarse conmigo sobre ella.

—Haciendo algo que te debí hace mucho amor... Ahora solo déjate llevar conmigo. Seamos uno solo como en los viejos tiempos. ¿Te parece? —le mencioné mientras la miraba atentamente y con dulzura.

Mary no pronunció ninguna palabra. Realmente no esperaba que la despertara de esa forma. O incluso, verme tan dispuesto, teniendo en cuenta la distancia entre nosotros. Frente a eso, solo me observaba en silencio. Analizaba la situación con detalle. La repentina actitud mía le extrañó un poco. Pues, desde hace mucho tiempo, no mostraba interés en ella. Llegó a dudar de mi amor. Pero, ahí estaba. Dándole caricias, mirándola con pasión, ternura. Sobre todo, amor. Dicha acción provocó que algo en su interior se encendiera. Desarmó sus dudas después de unos dulces besos en su piel. Aquella llama dormida, segundo a segundo, cobraba vida.

Suspiros y gemidos se hicieron presentes en la oscura alcoba, inundando el ambiente con una ola de deseo perpetua. Nos rendimos completamente ante el placer. Toda esa lujuria retenida se desbordaba sin control. No había espacio para parar o pensar. Solo existían las ganas de volverse entes primitivos, empujados nada más por los instintos pasionales. Prueba de ello era la desesperación con la que tanto Mary como yo tocábamos cada parte de nuestros cuerpos. Exudábamos la libido por nuestros poros, extinguiendo la poca cordura y control que poseíamos. Esa noche no hubo descanso ni paz en la habitación. Tan solo el armonioso sonido de una pareja haciendo el amor una y otra vez. Ambos dejándonos llevar por tan sublime sensación reprimida.

Desde esa noche, Mary y yo vivimos una relación intensa, placentera. Ese sueño anhelado había regresado a nosotros por fin.


¡Pasión Desbordada!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora