Día 4: Renacido de las cenizas

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Prompt: "Volar/Luz"
Pareja: JayDick

   ACLARACIÓN: Este es un drabble ambientado en la Antigua Grecia. Hay Referencias al final del escrito que explicarán todos los términos empleados así que léanlo, por favor. De lo contrario no se entenderá mucho.

   Cambié los nombres de ambos personajes. Jason es Jasón (su equivalente griego). Richard no tiene equivalente así que decidí bautizarlo como Ícaro (la leyenda de Ícaro está en las Referencias y le dará más sentido al nombre). 






   Las venerables celebraciones de la Kronia se hallaban prontas y el nudo que se formó en su garganta ante tal revelación ahogó un sollozo de su boca.

   No lograría alcanzar las festividades. Ni tan siquiera podría participar en ellas como se le permitía todos los años, días en los que podía darse un respiro de su labor como criado para visitar a sus dos pequeños hermanitos menores y a su padre adoptivo que vivían en la lejana y benévola Ítaca. Los mares se hallaban enfurecidos y así lo hubieron estado desde que inició el Hekatombeón y el viaje no era propicio; Poseidón, Señor de las aguas, no lo permitiría. Las cartas tardarían semanas en alcanzar las callosas manos de su padre, incluso meses, y para cuando lo hicieran, ya sería demasiado tarde.

   Ícaro habría perecido para entonces. Lapidado o ejecutado públicamente, siendo forzado a precipitarse hacia el Báratro que lo devoraría como la boca de un monstruo colosal hacia las profundidades del Hades. Allí adolecería por toda la eternidad, castigado en la vida más allá de la muerte por un crimen que jamás cometió. En sus momentos de solitario pesar casi podía escuchar el susurro de los errados caminantes de los Asfódelos, instándolo a unirse a ellos y asiéndolo en el vilo de sus sueños con sus fantasmagóricas manos. Ícaro despertaba horrorizado cada noche tras aquellas tormentosas visiones y pronto se abandonaba al llanto sin tan siquiera una tregua en sus pesadillas. Durante el día era acometido por idénticos delirios, quimeras que parecían acosarlo incluso bajo la protección de llameante luz de Febo Apolo, y sentía que no podría soportarlo por mucho tiempo, vencido como estaba bajo el yugo del miedo, el cansancio y el hambre.

   No sabría cuánto tiempo más estaría encerrado en aquel pozo que menguaba sus fuerzas y temía conocer aquella respuesta. Su único consuelo eran los fríos barrotes de su celda que se abrían bajo la bóveda estrellada, permitiendo el pasaje de una brisa inquieta durante todos los días de confinamiento y desolación. A través de sus aberturas podía presenciar todavía el mundo de los vivos, ser bendecido por la intensa lumbre de los astros que resplandecían impolutos en todo momento haciéndole compañía. Podía escuchar a lo lejos el rumor de la ciudad y las voces humanas, el murmullo de sus cánticos en alabanza a los dioses y la agitación en sus preparaciones para las Grandes Panateneas. Y una vez más se vio acometido por la congoja de no ser capaz de ver a su adorada familia una última vez, de saborear el cordero recién asado en las hogueras, beber los vinos más dulces del Mediterráneo o probar las frutas, las olivas o los dulces de estación.

   Su vida se vería cercenada por una injuria en su contra, una mentira vil. Acusado de ladrón por su patrón quien, enceguecido por su rabia desbordada, lo inculpó de haber faltado en su servicio después de negarse a yacer en su lecho.

   Ícaro sollozó con mayor ímpetu al recordarlo. Al rememorar las amenazas, la fuerza con la que pretendieron someterlo y la fiereza con la que luchó y que ahora le costaba la vida. Las Moiras debían detestarlo pues ni tan siquiera le dieron una oportunidad de cambiar el cruel destino que hubieron tejido para él, confeccionado con los intrincados patrones de una muerte funesta.

12 días de Navidad || JayDickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora