Prólogo

12.5K 508 33
                                    

— No puedes estar con los dos, tienes que decidir con cuál te quedas.

— Oh por el amor de Dios, venga Damon, hasta ahora hemos estado bien los tres juntos.

— Pero no quiero seguir compartiendo a mi novia con este de aquí, que se cree un ser superior por ser un maldito original.

—   A mí tampoco me agrada la idea, pero es lo que hay— respondió Klaus

—   ¿Ves? Él es algo coherente por lo menos.

—   Está bien...

—   Anda vampiritos venid a darme un beso....

Antes de que pudieran llegar a mí todo se volvió negro y un sonido infernal empezó a taladrarme cabeza, abrí los ojos intentando encontrar el teléfono para poder apagar la alarma del demonio. Cuando el sonido cesó me dejé caer en la cama con el brazo sobre los ojos. 

Había sido todo un maldito sueño, ningún vampiro buenorro estaba enamorado de mí; agarré la almohada y me la coloqué en la cara ahogando un grito de frustración, dejé caer los brazos a mis lados y suspiré. Con el mayor esfuerzo de mi vida me levanté de la cama y caminé en dirección al baño; di un salto al ver mi reflejo, me veía horrible, yo sí que parecía un muerto viviente.

Siempre fui de piel blanca como la leche, pero el color de hoy era otro nivel, al igual que el de mis ojeras profundas y muy oscuras, por no hablar del nido de cigüeñas que tenía en la cabeza. Sin duda el día empezaba de buena manera.

—Joder, yo sí que parezco un vampiro y mal conservado —dije mirándome al espejo fijamente.

Bufé y me metí en la ducha quedándome durante unos minutos debajo del agua caliente para despejarme. Al salir de la ducha me observé y me recogí el pelo en dos coletas bajas, colocando otra goma como a la mitad de estas; agarré la tijera y corté, estaba harta de lidiar con la escoba que tenía por pelo. Pasó de llegarme por el ombligo a quedarme por la axila aproximadamente. Si ya era difícil manejar las ondulaciones raras que tenía, tenerlo largo y con las puntas abiertas no ayudaba.

Abrí el armario y miré fijamente el montón de ropa que había sin doblar, por lo que hice una nota mental de que debía ordenarlo cuando volviera a casa. Me vestí con unos vaqueros negros a juego con los tacones y la chaqueta, me coloqué una blusa verde botella de manga larga y me dirigí al baño para peinarme. Me sequé el pelo y lo dejé con las ondas naturales que me salían, al parecer hoy habían decidido estar algo controladas y más bonitas, pero tampoco era la gran cosa. El maquillaje brilló por su ausencia salvo por la máscara de pestañas y el corrector para disimular mi cara de cadáver.

Agarré el móvil para comprobar los mensajes cuando vi la hora y sentí como la sangre se me bajaba de la cara dejándome aún más pálida de lo que ya estaba si eso era posible, ¡Llegaba malditamente tarde!, agarré el abrigo y el bolso para empezar a correr por el pasillo en dirección al ascensor rezando a todos los dioses para que hoy el tráfico no fuera un infierno.

Conduje a toda prisa hasta el trabajo; segunda nota mental del día: buscar un piso más cerca del trabajo para evitar esto. Cuando bajé del coche corrí como alma que lleva el diablo hacia el interior de las oficinas, una vez llegué a mi planta, antes del salir del ascensor, miré hacia todos lados asegurándome de que mi jefe no estuviera cerca; por suerte todo estaba tranquilo y no parecía que mi jefe estuviera cerca, corrí hacía mi despacho y me dejé caer en la silla soltando un suspiro a la vez que me pasaba la mano por la frente intentando limpiar el sudor que me corría por ella.

— Te he visto correr en tacones de... ¿Diez centímetros?, joder mujer a eso lo llamo yo tener miedo a que te pillen llegando casi veinte minutos tarde— La voz de mi compañero me sacó de mis pensamientos.

Una niñera a la españolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora