Cap. 6

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Pastelito de chocolate con pólvora

Habían terminado los entrenamientos de ese día, lo que implicaba que el resto de la tarde la tenían libre.

Y, por supuesto, siempre que aquella situación se daba, los dormitorios estaban vacíos. Razón por la cual, aprovechó para tomar una buena y larga ducha, sin preocuparse por nada.

Y con el agua fría bajando por su cuerpo solo podía pensar en lo exhausta que estaba. Se preguntó cuánto tiempo faltaría para que la Iniciación terminara. Sus músculos se destensaban con el frío del agua, su espalda se relajó notablemente y su terrible jaqueca fue aliviado casi como por arte de magia.

Agradeció infinitamente a quien fuera que hubiese decidido que lo mejor era suministrar agua a punto de congelación a los dormitorios, en lugar de agua tibia. No, en serio. Solo le faltó arrodillarse y gritar al cielo -bueno, al techo.

Se vistió con unos pantalones holgados que parecían ser una pijama, y una chaqueta gigantesca que... ahora que lo pensaba, ¿de dónde había salido aquella prenda?

Como sea.

Secó su cabello con la misma toalla con la que había secado su cuerpo, acómodo con desgano su cabello y el infaltable fleco castaño sobre su frente.

Se sentó en la cama, y poniéndose las botas se dio el lujo de pensar qué haría a continuación. Es decir, no tenían entrenamiento, podía ir a cualquier lugar en todos los complejos de Osadía, o simplemente pulular por el lugar como una abeja entre flores, o... buscar a Uriah.

O quedarse allí y tomar una buena y merecida siesta.

Bah...

Caminó por los pasillos.

¿En dónde demonios se había metido esa sabandija?

Recorrió la mayor parte de Osadía, sino es que todo. Y no hallaba por ningún lugar a Uriah.

Estaba en la Cafetería, por lo que podría aprovechar para comer algo, en lo que pensaba en qué maldito agujero se había metido su amigo. Y así lo hizo.

Notó que habían pastelitos. Unos de chocolate, otros de vainilla y otros de una extraña mezcla heterogénea entre ambos.

Y pensó automáticamente en su moreno amigo con perforaciones. Uriah debe amar los pastelitos, razonó, puesto que él amaba el pastel de chocolate de Osadía, los pastelitos debían tener un sabor similar.

¿Verdad?

Decidió comerse uno de chocolate. Y... bueno, tal vez Uriah le estaba contagiando aquella adoración casi absurda hacia el chocolate... porque ¡Maldita sea! Había probado de un bocado en maldito cielo. Finalmente decidió tomar uno de cada sabor de la mesa y reanudar su búsqueda.

Quien la viera caminar por los pasillos diría que era una hambrienta, que nunca había visto un pastelito, egoísta... y sabrá Dios qué cosas más.

Sin embargo, llevaba uno para Uriah, otro para Lynn y otro para Marlene -puesto que seguramente en donde estuviese el moreno, estarían ellas.

Los cuatro eran buenos amigos. Pero el lazo que compartía con Uriah, su amistad, era simplemente superior.

Vio a Cuatro pasar casi con prisa por un pasillo. Y no supo por qué o qué la impulsó a hacerlo, pero lo hizo.

—¡Cuatro!

El ruloso de preciosos ojos azules se fijó en la castaña que prácticamente corría para alcanzarlo. Detuvo su marcha.

Young, Broke & Infamous || Tobias Eaton (4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora