Margo
Durante unos segundos ella, Kyran y el chico que hace un momento era Bigotitos, se miraron fijamente entre ellos.
Margo estuvo a punto de tener un infarto cuando el chico se irguió y parpadeó unas cuantas veces hacia ella. No parecía tener más de veinte años, era bastante delgado, con las mejillas algo hundidas y los ojos grandes y claros. Y el pelo en un color que discernía entre el rojo y el castaño, como... como el pelaje del gato.
El chico esbozó una sonrisa casi encantadora.
—Hola. Digo... eh... miau.
—¿Qué...? —empezó Margo, señalándolo con un dedo tembloroso—. ¡¿Qué demonios...?!
—Sí, bueno, supongo que te estarás preguntando unas cuantas cosas.
Margo intentó avanzar tan rápido hacia Kyran que tropezó con la alfombra y cayó de bruces al suelo. El chico la miraba con una mueca.
—Eh... si sigues haciendo eso, te harás daño.
—¡Hace un momento eras un gato!
—¡Bueno, la gente cambia!
—¡PERO LOS GATOS NO SE CONVIERTEN EN PERSONAS!
—¿Por qué no? ¿Porque tú lo digas?
Kyran los miraba sin comprender nada. Parecía bastante confuso, como si mirara un partido de tenis.
Margo, por su parte, seguía sentada en el suelo. Señaló al chico con un brazo tembloroso.
—¡Apártate de Kyran!
Él pareció sinceramente perdido.
—¿Por qué?
—¡Porque... no te conozco!
—¡Llevo viviendo contigo varios meses!
—¡PERO NO SABÍA QUE ERAS UN HUMANO!
—¿Me estás discriminando? Serás racista.
—¡Eso no es...!
—Gatofóbica.
—¡DIME AHORA MISMO QUIEN ERES!
—Bigotitos. Un placer.
—No, no te llamas Bigotitos —Margo se puso de pie y rodeó la habitación para situarse entre Kyran y él—. Dime ahora mismo quién eres y qué has hecho con Bigotitos.
—No he hecho nada con él, soy él.
—¡Dime la verdad!
—¡Vale!
Él suspiro y puso los brazos en jarras, pensativo. Incluso arrugaba la nariz como lo haría un gatito al pensar.
—Bueno —concluyó al final, ofreciéndole una mano—, mi nombre es Lambert. Un placer.
Margo lo miró con desconfianza y, obviamente, no tomó su mano. Lambert se encogió de hombros, poco afectado.
Y a la pobre Margo solo se le ocurrió una pregunta:
—¿Por qué no estás desnudo?
Lambert se miró a sí mismo. Llevaba puesta una sencilla camiseta blanca con unos pantalones oscuros. Iba descalzo, pero eso era todo.
—¿Por qué debería estarlo? —enarcó una ceja—. La última vez que fui un humano, no lo estaba.
—¿Y cuándo fue eso?
—¿Cuándo fue la última vez que fui humano por más de cinco minutos? —él lo pensó un momento, muy tranquilo—. No lo sé. Hace meses. Me gusta más ser un gato.
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Sempiterno
Romance"Sempiterno: una vez empezado, no tiene fin." Este libro es la segunda parte de Etéreo, que está disponible en mi perfil :)