Caleb
Cada vez que cerraba los ojos, la veía a ella.
Era como una sombra que no dejaba de acecharlo cuando menos se lo esperaba con una dulce sonrisa... provocando un desastre dentro de Caleb.
Ni siquiera sabía que se pudiera echar tanto de menos a nadie. Era como si le faltara algo que sabía que nunca podría recuperar y aún así no pudiera dejar de tener esperanzas.
Giró la cabeza cuando percibió un movimiento a su lado, pero no se movió cuando el gato se acercó a él y le frotó la cabeza contra el brazo.
Últimamente, el gato también había estado muy decaído. Ni siquiera hacía caso al niño cuando intentaba jugar con él y apenas comía. Había adelgazado bastante.
Caleb había estado a punto de forzarlo a comer algo, lo que fuera, pero al final el gato había cedido. Comía poco, pero al menos comía. Y se pasaba el resto del día tumbado en algún lado de la casa, siempre mirando por las ventanas como si esperara que ella volviera.
Caleb no sabía cómo hacerle entender que no iba a volver.
Le pasó una mano por encima de la cabecita peluda y él maulló, pero se apartó de él y fue a sentarse junto al alféizar de la ventana. Caleb sabía que, si se marchaba y volvía unas horas más tarde, lo encontraría de la misma forma.
Se puso de pie y salió de la habitación que compartía con Iver, que en esos momentos debía estar en el salón con los demás. Cruzó el diminuto pasillo y llegó a éste, encontrándoselo en el sofá de la casa de Margo, donde habían estado viviendo durante esos dos meses.
—Vamos —insistía Iver—, déjame ayudarte.
Pero Bex no quería que la ayudaran.
Ella no se había recuperado del todo de la herida que le habían causado. Por muy transformada que estuviera, le habían dado en el corazón. Caleb había hecho todo lo que había podido por ella —y había terminado dos días enteros tumbado en una cama a causa de ello— pero no había sido suficiente para nada más que para que sobreviviera.
Bex ahora tenía la piel pálida, casi como del color de la leche cortada, la respiración silbante y dificultad para mover uno de los brazos. Y prácticamente todo el cuerpo. Le resultaba muy difícil moverse y, muchas veces, lo hacía con una silla de ruedas que Iver había ido a robar a un hospital.
Él, por cierto, había estado cuidado de ella durante esos meses. Al menos, en todo lo que podía. De lo demás se encargaba Margo, cuya atención estaba dividida entre sus estudios y ellos.
Caleb seguía sin creerse que les hubiera dejado quedarse ahí. Especialmente a vivir. Era un piso de dos habitaciones y el espacio no era abundante, pero no se había quejado ni una vez. Le debían una a Margo.
—Déjame en paz —murmuró Bex.
—¡Solo quiero ayudarte a...! —intentó insistir Iver.
—¡Que me dejes en paz!
Bexley intentó levantarse de la silla e ir sola a sentarse en el sofá, pero fue inútil. Iver tuvo que sujetarla justo a tiempo para que no se cayera y sentarla él mismo.
Bex no dijo nada, pero Caleb podía ver su cara. Odiaba esa situación. Algunas noches, la había escuchado llorar tan silenciosamente como podía. Ojalá hubiera algo más que él pudiera hacer.
Giró la cabeza cuando escuchó un suspiro y vio que Kyran estaba sentado en un rincón del salón con su pantera de peluche en las manos.
Caleb se acercó a él y se agachó a su lado. Kyran estaba tirando de un hilito roto del peluche. Tenía los labios fruncidos.
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Sempiterno
Romance"Sempiterno: una vez empezado, no tiene fin." Este libro es la segunda parte de Etéreo, que está disponible en mi perfil :)