Capítulo 7

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Victoria

Victoria apretó los dientes cuando Doyle la agarró del brazo y la arrastró al centro de la habitación. La volvió a soltar tan bruscamente que, estando atada de pies y manos, le fue imposible mantener el equilibrio y terminó en el suelo con un ruido sordo y un gruñido de dolor.

Con la mejilla pegada en el suelo, miró a su lado y vio que Bex seguía con la cabeza agachada, Axel seguía intentando usar su habilidad —sin ningún éxito—, Brendan maldecía en voz baja y Caleb tenía los ojos clavados en Doyle, que en ese momento se estaba subiendo las mangas de la camisa hasta los codos.

—Bueno, bueno... —murmuró él, mirando a Victoria mientras daba lentos círculos a su alrededor—. ¿A quién tenemos aquí? ¿No se suponía que estabas muerta?

—Tu jefe tiene mala puntería —masculló Victoria.

El compañero de Doyle, su único acompañante, vigilaba a los demás con una pistola en la mano. Victoria intentó pensar alguna forma de quitarle la pistola, pero estando atada era imposible.

—¿Dónde está Sawyer? —escuchó preguntar a Caleb.

—¿Ya echas de menos a tu dueño, kéléb? —Doyle lo miró con cierta sorna—. Tranquilo, no sabe que estáis aquí. Todavía. Antes de avisarlo... vamos a pasarlo bien por un rato, ¿no?

Doyle puso los brazos en jarras y miró a los demás, ignorando a Victoria, que intentaba darse la vuelta para quedar boca arriba.

—Mira esto —le dijo Doyle a su amigo—. Meses buscándolos y ahora los tenemos a todos reunidos. ¿Cuál te gusta menos?

El compañero lo pensó un momento antes de hacer un gesto hacia Brendan.

—El que me ha golpeado —aclaró—. Ese tiene que ser el primero.

Si Brendan estaba asustado, no dio señales de ello. Solo les devolvía la mirada como si fueran lo más aburrido que había visto en su vida.

Victoria, mientras tanto, por fin consiguió impulsarse sobre las rodillas y logró quedarse tumbada hacia arriba. Contuvo la respiración y consiguió doblarse hacia delante hasta quedar sentada.

Pero el alivio apenas duró un segundo, porque entonces el talón de la bota de Doyle le empujó el hombro contra el suelo bruscamente, dejándola tumbada de nuevo.

—¿Y tú qué haces? —preguntó, enarcando una ceja—. ¿Te creías que ya me había olvidado de ti?

Doyle sonrió un poco. Era horrible. Tenía un diente de esos de oro y los demás dientes demasiado grandes y torcidos.

—¿No podrías haberte ahorrado el diente de oro y haberte puesto ortodoncia? —preguntó Victoria, malhumorada.

Doyle empezó a reírse. Era una de esas risas vacías, carentes de emoción. Ni siquiera llegó a sus ojos. Escalofriante.

—Me caes bien —admitió, colocando ambos pies junto a las rodillas de Victoria, aprisionándola para que no pudiera moverse—. A lo mejor incluso te dejo elegir quién quieres que muera primero.

—Si quisieras que muriéramos, ya nos habrías disparado.

—Ahí te equivocas —le aseguró él, mirándola—. Lo único que necesito de vosotros es información. Dádmela y quizá, solo quizá, deje a alguno con vida.

—¿Y qué garantías tenemos?

—Ninguna. Pero tampoco tenéis otra opción, ¿no?

Victoria sonrió ligeramente y, justo cuando Doyle giró la cabeza para mirar a los demás, dobló las rodillas y le dio con ambos talones en los huevos con todas sus fuerzas.

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora