Capítulo 17

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Brendan

Habían pasado casi diez minutos y, aún así, no lograba quitarse de encima la sensación de estar ahogándose. Carraspeó, molesto, y se bajó un poco el cuello de la camiseta.

Por un momento, por un breve y horrible momento... realmente había creído que moriría.

Y lo más curioso era que durante ese pequeño instante no había pensado en nada de lo que había pasado últimamente en su vida. Ni en Ania, ni en Axel, ni en Margo, ni en su lazo con Victoria... ni siquiera en sus deseos de ahogar al imbécil Sawyer. No. Solo había visto a una persona.

Había visto a su hermano.

Estando en el aire, ahogándose... lo único que le había venido a la mente —por razones que ni él mismo entendía del todo— había sido un recuerdo extraño y confuso de ellos dos siendo unos críos. Uno de los pocos que conservaba antes de que todo desapareciera

Estaban sentados en la valla de madera de la casa de sus padres, pegados entre sí. Solo tenían ocho años, pero Brendan se había inventado que le había robado una botella de cerveza a su padre. En realidad, estaba llena de agua. Caleb lo miró con horror cuando le dio un sorbo y Brendan, por su parte, se creyó el rey del mundo y le dijo que no podría superarlo. Su hermano lo intentó y empezó a toser frenéticamente, creyendo que realmente era cerveza. Brendan se rio tanto mientras él escupía en el suelo que se cayó de culo de la valla.

Y ese... había sido su último recuerdo antes de casi morir ahogado.

Tragó saliva, incómodo. De alguna forma, ya sabía que no iba a contarle nada de eso a nadie. Jamás. Eso era... un nivel de intimidad que nunca había conseguido alcanzar con nadie. Y tampoco tenía intenciones de hacerlo.

Se distrajo un momento cuando escuchó el pequeño gruñido de dolor de Saywer. Subió la mirada al espejito y vio, por el reflejo, que Margo estaba sentada a su lado en el asiento de atrás. Se le había vuelto a abrir la herida al hablar con su abuelo y estaba intentando que dejara de sangrar. Parecía que lo había conseguido, pero seguía ajustando la prenda que había usado de torniquete.

Sawyer, por cierto, no había dicho nada desde entonces. Solo había mirado fijamente la ventanilla con la mandíbula apretada.

Brendan no sabía muy bien si se suponía que tenía que darle las gracias. Lo odiaba. Tenía demasiado rencor acumulado contra él. Pero, a la vez... si no fuera por él, ahora mismo no estaría respirando.

Lo único que no entendía era por qué le había ayudado.

—¿Te duele? —preguntó Margo, todavía asegurando el torniquete.

Sawyer negó con la cabeza. Obviamente era mentira, pero nadie dijo nada.

Margo siguió ajustándosela y Brendan vio cómo le echaba una mirada dubitativa, como si quisiera decirle algo pero no supiera cómo plantearlo.

—Cuando disparaste a Brendan —dijo de repente, mirándolo—, no le estabas apuntando a la cabeza.

Silencio. Brendan frunció el ceño. Era cierto.

Aunque le hubiera acertado, no le habría dado en la cabeza. Estaba apuntando a un brazo, justo como les había entrenado años atrás para dejar fuera de combate a alguien sin matarlo. Lo había visto perfectamente.

Sawyer no dijo nada. Margo dejó el torniquete, mirándolo.

—Podrías haberle disparado en la cabeza o en el pecho y... lo habrías matado. Pero no lo hiciste.

Y él, por fin, se dio la vuelta y la miró. Su expresión era hermética.

—Tú podrías haber dejado que me matara y tampoco lo hiciste. Supongo que solo somos dos idiotas.

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora