Capítulo 24

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Último capítulo, pero no olvidéis que todavía falta el epílogo ;)


Victoria

Con una mano todavía en el corazón, el cuerpo entero cubierto en sudor frío y la respiración agitada, Victoria miró a su alrededor. Lo primero que vio fue a la señora Gilbert a su lado, sujetándola para que no se cayera. Parecía muy preocupada.

—Respira hondo, querida —le decía con voz calmada—. Sea lo que sea que ha pasado, ya está. Estás a salvo.

Pero Victoria no se sentía a salvo. De hecho, no sentía nada. Era como si alguien, de pronto, le hubiera arrancado algo de sí misma con lo que no podía vivir. Giró la cabeza lentamente hacia el lugar donde había visto por última vez a Brendan, pero ya no estaba. En su lugar, Caleb la miraba con los ojos muy abiertos.

Aquello fue lo peor; Victoria supo, al instante, que él ya lo sabía.

—Caleb... —empezó, sin saber muy bien qué más decir.

Pero entonces se dio cuenta de que no la estaba mirando a ella. Tenía la mirada clavada en un lugar cualquiera del pasillo. No parecía estar viendo nada. Lentamente, se dejó caer hacia atrás hasta quedarse sentado con la espalda en la pared.

Victoria casi hubiera preferido que llorara, que gritara o... ¿que se enfadara? ¿Cuál era la reacción apropiada para una situación como aquella? No estaba muy segura, pero tenía la certeza de que no era la de quedarse mirando la nada con expresión vacía.

Bigotitos, que se había detenido junto a ellos y los miraba con temor, intentó acercarse a él y frotar la cabeza contra su mano. Si Caleb se enteró, no dio señales de ello.


Margo

—¿Nunca has tenido la sensación de que va a pasar algo muy malo y, aún así, has seguido avanzando?

Sawyer, que tiraba de su extremo de las esposas delante de ella, le echó una breve mirada por encima del hombro.

—¿Ya te has arrepentido de quedarte conmigo?

—Me arrepiento de casi todo lo que hago.

—Me rompes el corazón.

Seguían avanzando por los pasillos en dirección a las escaleras que había mencionado Kyran. Hasta ese momento, habían tenido suerte y no se habían cruzado a nadie. Pero, cuando Sawyer fue a doblar una esquina y se echó para atrás de golpe, aprisionándola con el brazo de las esposas contra la pared, Margo supo que esa suerte se les había terminado.

Todavía sujetándola para que no se moviera —¿Qué se creía? ¿Que iba a salir corriendo o algo así?—, se asomó por la esquina para ver a los tres guardias que patrullaban junto a las escaleras. Uno se mantenía cerca de ellas, mientras que los otros dos hablaban entre sí a unos metros de distancia.

Margo intentó asomarse, pero él la apretó contra la pared sin mirarla.

—¿Puedes soltarme? —siseó.

—Cállate, estoy pensando.

Ella se calló y esperó pacientemente, mirándolo. Los ojos azules de su acompañante se movían a toda velocidad de un guardia a otro, por el pasillo y por cada elemento que los rodeaba. Casi parecía estar recreando cada potencial escenario dentro de su cabeza para ver cuál les daba más posibilidades de ganar la pelea.

Al cabo de casi cinco minutos enteros, por fin apartó el brazo de ella y se giró para mirarla. La repasó de arriba a abajo, pensativo.

—¿Alguna idea? —susurró Margo—. Si mi opinión cuenta, prefiero distraerlos y bajar corriendo las escaleras antes de que nos pillen.

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