2. DAVINA GASCÓN

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Un año antes del homicidio

—¡Davina! ¡Davina! -—Ele, emocionado por verla, agitó la mano libre tratando de llamar la atención de la exuberante rubia, mientras qué con la otra, sostenía una copia del libreto que le correspondía a la actriz.

La joven se sobresaltó cuándo lo escuchó, pero al ver la cara ansiosa del maduro escritor qué la acosaba diariamente, pasó de la sorpresa a la molestia, pero tuvo qué disimularlo, pues no le convenía estar en malos términos con el «intenso» de Eleodoro Sánchez.

Más bien todo lo contrario, ya qué según sabía, gozaba de cierta influencia en el equipo de escritores del programa en el que conducía. Haciendo gala de su talento, puso una buena cara y hasta lo saludó de beso, lo que lo dejó no solo sorprendido, sino encantado y volando en su propia nube.

—Ele, hola ¿Cómo estás?

—Bien. Solo quiero saber qué te pareció el libreto, si crees qué así está bien o necesitas que le cambie algo.

—No, no, así está bien. Perfecto como siempre —sonrió.

—¿Segura?

—Sí, segura —respondió con prisa, pues de verdad era le urgía irse y alejarse de ese demente con suéter color mostaza y penetrante olor a gato.

—Me alegra que te haya gustado —expresó sonriente e ilusionado.

Davina no se explicaba cómo no se daba cuenta de lo mucho que lo despreciaba. Era viejo, al menos, el doble que ella; parecía tonto, su ropa siempre tenía pelos negros pegados de su mascota y ella detestaba a los gatos tanto cómo a él.

Jamás se rasuraba bien. Era tan flaco, que parecía un esqueleto sin hogar de casi dos metros, con una boina tejida vieja, espantosa.

Después de unos segundos de «pasar el escaner», forzó otra sonrisa para despedirse y huir lo más rápido que sus tacones de diez centímetros se lo permitieran.

—Ya me tengo que ir, nos vemos -avisó y se fue dando fuertes taconazos en el piso.

—Nos vemos —murmuró él en medio de un suspiro.

Una vez estando lejos, Davina se sintió más tranquila. Ese tipo no le inspiraba ninguna confianza, incluso le daba algo de miedo, pero le convenía mantenerlo feliz, interesado en ella, pues de eso dependía que la gente empezara a conocerla y la tuviera presente. Después de todo, sí de verdad quería triunfar en ese medio, tenía que hacer ciertos sacrificios.

Le habría encantado qué Juan tuviera la mitad de talento que tenía Ele, pero desgraciadamente su fuerte no estaba en la cabeza que tenía encima del cuello, sino más abajo.

Eleodoro no era nada feo en realidad. El problema era, según Davina, qué tenía una vibra muy extraña y le chocaba la insistencia con la que la miraba, con esos írises enormes y su cara de tonto enamorado.

Odiaba sobre todo, qué se lo dijera a medio mundo y que la nombrara su musa delante de los demás. A veces le escribía cartas y se las pasaba por debajo de la puerta del camerino que compartía con otros tres compañeros, lo que provocaba infinidad de burlas.

Reconoció alguna vez, qué al principio le gustaban, pero ya no era así y en cuanto las recogía, las rompía para después echarlas a la basura sin haber abierto el sobre al menos.

Una noche, poco antes de regresar a casa después de terminar de grabar, encontró sobre su tocador, un montón de hojas sujetas con un enorme broche de mariposa negro, adentro de una bolsa de plástico opaca y un recado escrito a mano encima del paquete.

«Querida Davina: Te dejo la historia de la que te hablé para que me des tu opinión. Es todavía un manuscrito, pero me interesa mucho saber que piensas, teniendo en cuenta que eres quien lo inspiró. Con respeto y cariño, Ele Sánchez».

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora