23. EL DESCENSO

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Frida estaba cansada de los lloriqueos de doña Pola. Lo entendía, sí, Juan era su hijo, pero la muerte no lo había convertido en un santo, cómo ella en su pena, se aferraba en pregonar.

Juan no solo se paseaba con Davina frente a él sabiendo lo que sabía. Se burlaba y era un imbécil detestable, por eso no le sorprendió qué Ele reaccionara cómo lo hizo. Incluso, le dio gusto que no fuera dejado, pero debía disimular. Aunque sí se le pasó un poco la mano aquella vez.

Pero si Sánchez terminaba en la cárcel, no sería por algo que ella dijera.

También era «una pena» lo que le había pasado a su vecino chismoso. Mira que resbalar de la escalera de esa forma... Y lo mejor fue que ella ni siquiera tuvo que intervenir. El karma, aunque con un retraso de muchos meses, había hecho muy bien su trabajo. Con la caída se había roto la quijada y con los dientes, se había cortado un trozo de lengua. «Justicia poética», pensó y se rió un buen rato.

Habiéndose recuperado de su momentáneo decaimiento, Ele regresó a la celda aunque no sin nada

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Habiéndose recuperado de su momentáneo decaimiento, Ele regresó a la celda aunque no sin nada. Con mejor disposición, Cassandra le entregó una suma suficiente para solventar sus gastos adentro del penal, qué le mandó Nicolás.

Gracias a ese dinero y los contactos de Mendívil, el juicio se llevaría a cabo pronto, pues de lo contrario, habría tardado años antes de poner una fecha solo para la primera audiencia. Por lo cual, en medio de todo, podía considerarse bastante afortunado por tener a alguien que lo apoyara de esa manera. Aunque, debido a la promesa qué Casandra le arrancó por la fuerza, se sentía un traidor ya desde ese momento.

¿De verdad se iría como un cobarde, sin darle ninguna explicación, sin importarle quedar como un malagradecido después de tanto?

Ese era el acuerdo al que llegó con Peters, aunque ya fuera, no sabía si tendría el valor para cumplir algo que le parecía tan absurdo. Sin embargo, pensaba qué le asistía a Peters algo de razón, ya que estaba al tanto de los sentimientos que Nico guardaba hacía él y qué intentaba disimular sin mucho éxito, pues su mirada y lenguaje corporal lo delataban una y otra vez.

Era muy triste ser tan amado por alguien al fin y no poder corresponder. Mala suerte, como siempre. A veces pensaba qué el idiota de Trejo tenía razón y su única misión en la vida, era pagar por los crímenes de su padre de todas las formas posibles.

-¿Te la estás pasando bien? Espero que sí, porque aquí vas a quedarte mucho tiempo.

Davina, esa odiosa alucinación. En algún momento hablar con ella resultó placentero, pero últimamente no hacía otra cosa qué hacer esa clase de comentarios.

Sus compañeros de celda se sentían muy incómodos, hasta temerosos, pues en no pocas ocasiones lo vieron hablar solo y otras, totalmente ausente, con la mirada perdida, meciéndose o haciendo movimientos con dedos. Además casi no hablaba. Se levantaba, envolvía su cobija y la guardaba en el rincón que le correspondía dentro de la celda; luego, se iba casi todo el día a la biblioteca hasta la tarde, cuando regresaba solo para dormir.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora