8. GLORIA HUERTA

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Pérez no dejaba de mirar con recelo a Sánchez, quién al parecer, había obtenido mucha popularidad desde que la policía estuvo preguntando a todos por él.

Las compañeras maquillistas le hacían regalos y lo llenaban de mimos y lisonjas. Ele disfrutaba de su momentánea popularidad y se dejaba querer, aunque no podía evitar preguntarse por qué ¿Qué deseaban de él? ¿Amor? ¿Sexo? ¿Favores? Y de ser así, ¿qué clase de favores? Su dolorosa experiencia con Gascón, lo había vuelto aún más paranoico y desconfiado con la gente.

A pesar de los comentarios qué abundaban, él no consideraba que tuviera ningún poder o influencia sobre nadie ahí y lo aclaraba cada vez qué lo creía necesario.

Davina estaba segura de que así era, pero eso estaba muy lejos de ser verdad. De hecho, estaba seguro de que debido a la presencia de la policía y todas las sospechas cayendo sobre él, pronto se quedaría sin trabajo; idea que reafirmó al ver a Pérez salir de la oficina de su jefe con su estúpida sonrisita burlona.

No era bueno quedarse sin trabajo, pero con tal de no seguir viendo a ese imbécil todos los días, podría terminar siendo una bendición.

No entendía cuál era su maldito problema ¿Acaso no había ganado? ¿No lo había escogido a él? Si no estuviera tan seguro de que para Juan, Davina solo había sido un acostón, diría que su interés se debía a que de verdad ella le había importado.

Pero no, no era así y aunque resultara muy pretencioso, todo se debía a la envidia qué le tenía. Porque aunque en su opinión él no era tan atractivo como Pérez, si era mejor escritor y por mucho. 

 Después de su divorcio, Gloria se había enfrascado tanto en su trabajo, qué todo en su vida giraba alrededor de ello

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 Después de su divorcio, Gloria se había enfrascado tanto en su trabajo, qué todo en su vida giraba alrededor de ello.

Quedó devastada cuándo, su ahora exmarido, la dejó por una mujer mucho más joven y delgada. Una mujer rubia, muy parecida a Davina, de hecho. Además, estaba su firme decisión de no tener hijos, la cual fue otra de las razones qué argumentó el tipo para obtener su libertad. Al final accedió y le dio a Fidel el divorcio.

De nada servía tener a la fuerza a un hombre qué no se quería quedar. Ahora solo tenía una casa reluciente, pero vacía y triste. Subió a ponerse el camisón para acostarse y leer un poco antes de dormir.

Le habría encantado tener aunque fuera, la compañía de un animal, pero nunca estaba en casa y no le parecía justo tener una mascota abandonada tanto tiempo.

La cotidianeidad de Ele no era muy diferente, excepto porque tenía la compañía de Allan, pero para él, las conquistas habían terminado antes de empezar y las fiestas ruidosas, tumultuosas, llenas de gente alcoholizada, nunca le habían llamado la atención. Se contentaba con ver televisión un rato o leer los libros qué le prestaba Nico, quién se sentía más entusiasmado con su persona qué él mismo. 

 Acariciar el lomo de su gato, le recordó la conversación que tuvo esa tarde, cuando su jefe lo mandó llamar. 

 —Buenas tardes. Siéntate...—ordenó Julián Berenstain. Sánchez obedeció y se acomodó cruzando las piernas, aunque los brazos los acomodó en los lugares correspondientes para ello en la butaca de terciopelo azul marino.

—¿Cómo has estado? —preguntó sin interés y la sonrisa más hipócrita qué Eleodoro vio en su vida.

—Bien, señor, gracias —respondió inexpresivo.

Eso a su jefe lo ponía nervioso. Pero si Ele no sentía ganas de sonreír, simplemente no lo hacía, ni siquiera por convivir.

—¿Seguro? Porque no fue eso lo que me dijeron. 

—De verdad, estoy bien.

—Supe por un compañero tuyo, qué has estado un poco alterado. Por eso te pregunto. 

 —Si hubo algún problema, le aseguro que no fue por mi causa. Yo no voy por ahí buscando más complicaciones de las que ya tengo, señor.

 —Se rumoran ciertas cosas por aquí, cosas qué no me gustaría que se sigan repitiendo. Sí sabes a lo que me refiero ¿Verdad? 

—No estoy segurolo miró y Julián se sintió incómodo cuando lo hizo.

—Mira, yo te aprecio mucho, eres muy buen escritor, y muy buen trabajador, pero cuando tres o más personas hablan de lo mismo... Eso ya da qué pensar ¿No crees? Ya dime, Ele, aquí entre amigos, te prometo que no habrá ninguna consecuencia ¿Fuiste tú? ¿Tú le hiciste daño a Davina?

 —No, señor —respondió tajante sin apartar la vista de su interlocutor.

No se trataba de mentir, en realidad, en su mente, él no se consideraba responsable del crimen y el hombre que
abandonó el cadáver en el antiguo rastro, no era el mismo que se hallaba sentado en esa oficina. 

 —Bueno, está bien, te creo. Es todo, puedes irte. 

—Gracias, señor. 

 Sin decir nada más, se levantó y salió de la oficina.

Estaba tranquilo a pesar de la insistencia de su jefe y se alegró de que no hubiera sido para despedirlo.

El boom mediático del libro había disminuido y aunque el libro de Sánchez estaba por agotarse, Nicolás y su socio acordaron que no harían otro pedido, por lo que estaban cambiando la exposición por los siempre exitosos libros del pequeño mago

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El boom mediático del libro había disminuido y aunque el libro de Sánchez estaba por agotarse, Nicolás y su socio acordaron que no harían otro pedido, por lo que estaban cambiando la exposición por los siempre exitosos libros del pequeño mago.

Con desprecio, incluso con asco, Mendívil tomó la fotografía tamaño real de Davina Gascón y la llevó él mismo a la trastienda para destruirla a patadas y pisotones. Una vez destrozada e irreconocible, recogió los pedazos y la vertió en el contenedor. Devolvió a su lugar los rizos que se le habían desordenado con el esfuerzo, acomodó su ropa y volvió adentro como si nada.   

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora