3. GOLPE TRAS GOLPE

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Huerta inspeccionaba detalladamente en cada rincón, cada gaveta y hasta adentro del refrigerador casi vacío, en el que solo había una jarra con agua natural y una lata abierta de comida para gato. En la alacena, igualmente desierta, guardaba un paquete de sopas de vaso, una mermelada de fresa y media caja del cereal de los amuletos.

Sobre la encimera, la máquina filtradora de café estaba encendida con gran parte del contenido en la jarra. Aunque aquello más que café, parecía petróleo de tan cargado. Dirigió una rápida mirada hacia Ele y continuó.

Tocó el turno a las gavetas de abajo. Era la única parte que estaba llena de cosas. Botellas y más botellas de líquidos limpiadores de toda clase, perfectamente ordenados y hasta clasificados por tamaño. Además de plumeros, trapos y franelas, las cuales revisó detenidamente en busca de manchas sospechosas. Sin embargo, parecían recién compradas, algunas hasta con la etiqueta del precio todavía.

Cuando cerró la puerta, se encontró con un par de largas y delgadas piernas enfundadas en jeans azules. Se trataba de Ele, quien observó muy atento cómo Huerta inspeccionaba sus cosas.

—Espero qué se note con cuánta frecuencia uso todo lo que hay ahí. Si desea café, las tazas están arriba, en aquella puerta —señaló.

—Gracias —dijo la agente y se levantó—, pero no me gusta el café tan cargado.

Trejo la miró y le dijo «mentirosa» sin hablar.

—Siga, solo quería decirle lo del café. No quiero que piense que la viene a distraer o algo.

—Ya terminé aquí.

—Tal vez terminaría más pronto si su compañero la ayudara un poco —Trejo alzó las cejas ante tal atrevimiento—. O mejor dígame exactamente qué es lo que busca y le digo donde está.

—¿De verdad? Qué amable. Entonces indique por favor, en dónde guarda las herramientas, señor Sánchez —solicitó Huerta.

—¿Herramientas? No, no tengo herramientas. No soy muy hábil para arreglar cosas y cuando algo se descompone, prefiero llamar a un experto. Pero en aquel cajón de la izquierda, hay un par de destornilladores, creo.

—¿En serio? ¿Hacha, taladro, martillo? —indagó Trejo.

—No, yo no tengo esas cosas cerca de mí. Es vergonzoso admitirlo, pero las herramientas me dan mucho miedo. Prefiero estar lejos de esos aparatos. Lo que está en ese cajón, es todo lo que hay, se lo aseguro.

—Vive usted de una forma muy austera —observó Gloria.

—Tengo solo lo que necesito. Y no necesito mucho, realmente.

—¿Sabe cómo murió Davina Gascón? —soltó Trejo.

—¿Por qué habría de saberlo?

—Qué raro, hasta salió en las noticias nacionales —comentó Joel, hurgando en el cajón que Sánchez menciono.

Decía la verdad, ahí solo había dos destornilladores. Uno con punta de cruz y otro de cuña.

—No, no lo sé. Yo no veo noticieros, me causan pesadillas, me ponen mal, la verdad —respondió Ele.

—¿Dónde estuvo la madrugada del miércoles pasado?

—Aquí. Siempre estoy aquí. ¿Cuántas veces más debo responder a eso?

—Las que sean necesarias —contestó Trejo con agresividad.

—¿Puede alguno de sus vecinos corroborarlo? —intervino Gloria para tranquilizar las aguas que su compañero estaba agitando sin necesidad.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora