34. MALAS NUEVAS

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Pasada la impresión inicial y luego de meditar un momento sobre lo dicho por su hermana, Frida se sintió un poco tonta. No era una noticia confirmada, parecía más un rumor y hasta qué no estuviera segura, para ella, Ele seguía con vida.

Por su parte, él también estaba desesperado por tener noticias de ella, aunque no sabía cómo comunicarse o hacerle llegar una nota sin que nadie se enterara.

Cassandra caminaba apresurada por la acera cuando Joél la interceptó.

—Buenos días, licenciada, hace mucho que no la veía.

—Ya sabes qué vengo diario.

—Pero yo no, ¿cómo vas con Lady Sánchez?

—Bien, muy bien. Mejor que nunca.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Entre más lejos esté de ese viejo, mejor.

—¿Qué?

—Dejé el caso.

—¡¿Qué?! —Se detuvo y la hizo detenerse sujetando su brazo.

—¡Suéltame! ¡¿Cómo te atreves a tocarme?!

—Uy, no se te vaya a caer el oro. A ver, explícame eso.

—No tengo por qué explicarte nada.

Trejo empezaba a hartarse de su actitud, pero necesitaba saber.

—¿Y ahora qué?

—Mi papá se hará cargo —confesó molesta.

—¿Tu papá?

—¡Sí, Joél, mi papá! Mi padre es un abogado muy importante, también.

—¿Te hizo algo?

—No. Pero no voy a esperar a qué lo haga.

—¿Te amenazó o algo?

—No, solo no lo tolero y creo que soy libre de elegir qué casos me convienen y cuáles no.

—Sí, supongo.

—No te preocupes, Eleodoro está en las mejores manos.

—¿Y a mí qué me importa ese wey?

—Bueno, es que pareces muy interesado en su futuro. Mi padre va a sacarlo para que te des el gusto de volverlo a meter.

—Ojalá pudieras hablar más claro.

—Más claro, no puedo —se detuvo y lo miró—. Mi ética personal me impide continuar prestando mis servicios a un criminal cómo Eleodoro Sánchez.

—Újule, entonces te vas a morir de hambre, cariña.

—No espero que lo entiendas.

—Bueno, supongo que ahora que ya no vas a ser su abogangster, podemos vernos más y mejor.

—Sí, claro.

—¿Cuándo?

—Cuándo los puercos vuelen, ya te dije.

—¡Estás queriendo!

—Yo no salgo con hombres casados.

—¿Por tu ética personal? —Se burló.

—Sí, por mi ética personal.

—Pues tu ética no te importó cuando fuimos al hotel...

—Fue un gusto qué me quise dar. Decepcionante, por cierto.

—¡Ay sí! Pues tus ojos de huevo cocido dijeron lo contrario. Pero como quieras. Tú te lo pierdes.

—Claro, siempre es cómo quiero. Adiós.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora