18. LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ALLAN

175 38 95
                                    

Ele se sentó de nuevo. Era obvio qué Cassandra le temía, estaba alterada y su voz temblaba ligeramente al hablar. Pero estaba esperando una respuesta.

—¿Por qué tiene miedo? ¿Piensa que quiero hacerle daño? ¿Aquí? 

—Por favor, respóndame lo que le pregunté.

—En este momento, hay dos cuestiones en mi vida que son más importantes que todo y que todos. Allan y mis obras. Davina traicionó mi confianza. Fue mi error, lo admito, el más estúpido que pude haber cometido, pero en la vida hay elecciones y ella eligió mal. 

—¿Y Juan Pérez? 

—Eso sí fue sin querer. Aunque siendo sincero, tampoco lo lamento demasiado. Era un imbécil que no apreciaba lo que tenía. 

—¿Y qué tenía Juan que usted deseaba tanto?

—Yo de ese imbécil no deseaba nada.

—¿Y lo de Davina?

—Davina lo merecía. Pero si no hubiera sido yo, lo habría hecho alguien más. 

—¿Por ejemplo?

—Es un decir. Davina tenía muchos enemigos, cualquiera pudo haberlo hecho.

—¿Davina tenía enemigos? 

—Muchos. Vaya a saber en que y con quiénes andaba metida.

—¿Pero lo hizo usted? ¿Fue por el libro? 

—Fue por la traición —confesó.

—¿Traición por qué? ¿Por qué nunca le correspondió cómo usted quería? ¿Qué pretendía? Le llevaba al menos treinta años. No puede culparla.

—¡Veinte! —aclaró molesto—. Y aun así, solo me buscaba cuando necesitaba algún favor. Me ilusionaba y luego me botaba hasta la próxima vez que necesitara otra cosa. Sabía que estaba enamorado y se aprovechaba de eso.

—¿Enamorado o encaprichado?

—¡Enamorado! ¡Cómo nunca lo estuve antes de nadie más!

—Pero a pesar de eso la mató. Eso no es estar enamorado.

—No entiende nada.

—¿Qué debo entender? ¿Qué es usted un viejo aprovechado y ridículo?

La miró con desdén.

—Esto no va a funcionar...

—¿Por qué cree eso? 

Ele rodó los ojos.

—¡Porque no está realmente del lado de su defendido, que soy yo! ¡Porque lleva mucho preguntando por Davina, poniéndose de su lado! Puedo verlo en su mirada, escucharlo en su voz. Nunca ha intentado comprender nada realmente. 

—¿Comprender qué, según usted?

—¡A mí! Ni siquiera pregunta sobre Juan, qué es por quién en principio, estamos aquí. Solo la «pobre Davina» ¡La pobre víctima de este loco impredecible que tiene enfrente! Dígale a Nico que muchas gracias, pero si voy a hundirme, al menos que sea sin que tenga que pagarle a nadie.

—¿Duda de mi capacidad? 

—¡Váyase de aquí! —Se cruzó de brazos y le dio la espalda. 

—¿Me está despidiendo?

—Yo no la contraté, no puedo despedirla. Pero dudo qué en mi caso, pueda o quiera hacer algo. 

—¡Yo no estoy aquí para comprenderlo, señor Sánchez, estoy aquí para impedir que vaya a la prisión por cincuenta años! ¡¿Quiere ir?! ¡De acuerdo!

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora