47. A UN PASO

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Alrededor de la mesa de un restaurante lujoso, algunos magistrados conversaban informalmente acerca del caso.

—Personalmente, creo qué este caso es una total pérdida de tiempo —expresó uno y metió en su boca un trozo de filete.

—Opino qué Peters debería disimular un poco.

—¿El padre o la hija? —preguntó otro, mordaz.

—Andrés. Es tan obvio cómo deja brillar a la hija.

—Esa tipa insoportable... —rodó los ojos al escucharlo mencionarla, cortando con furia la carne sobre su plato—. Es como una hemorroide, no mata, ¡pero cómo chinga! —afirmó despectiva y todos rieron.

—Karen, no menciones esas cosas cuando estamos comiendo, por favor —rieron al unísono.

—Es entretenido a veces, pero ya aburre. El novio ya pagó, ya, qué se acabe esta farsa, vamos a soltarlo —agregó el juez.

—Sí que debe querer mucho al pobre diablo —comentó Jorge.

—Pues no sé, tal vez no deberíamos —agregó Karen insegura.

—¿Por?

—Está bajo investigación por homicidio de una actricilla, ¿recuerdan?

—A ti que te valga —agregó el juez—. Cómo dije, Mendívil ya pagó y si estamos haciendo todo este circo, es para sumarle al drama, para que su príncipe no se sienta mal, nada más. Pero de que el escritorcillo ese sale libre, sale libre. Lo demás no nos debe importar ¿Ya recibieron su parte, verdad?

Todos asintieron sin asomo de pena.

—¿Y de dónde saca ese fulano tanto dinero? —indagó la mujer.

—De donde lo sacan todos: Narcotráfico —afirmó, con toda seguridad, como si de verdad lo supiera.

—Pero dile a Andrés qué le eche ganitas, qué disimule. Cassandra se lo está llevando de calle.

—De tu parte, Carlos —ironizó y se metió un gran bocado de carne con papas a la boca.

—Wey, es que cuándo uno llega a dónde está Peters, puede permitirse ciertos lujos —comentó el cuarto de los que estaban sentados a la mesa.

—Pero tampoco es que la hija sea una abogada buena; ni regular, vaya. Ahora resulta que ser infiel, a fuerza te convierte en asesino. Es un argumento estúpido y no lo ha soltado en todo lo que lleva el proceso.

—Tranquila, Karencita —habló Carlos en tono conciliador.

—Pero ella tiene razón, Carlos. Y luego la vieja se enoja cuando el otro le contesta sus leperadas. El cobarde vive hasta que el valiente quiere ¿O, cómo era?

—¿Al revés, no? —dudó Carlos.

—Casi me orino cuando le dijo «Todos aquí lo entienden ¿Por qué usted no?» Y yo así de: ¡Liberen a ese hombre ahora mismo! —exclamó Karen entusiasmada.

—«Felices los cuatro» —citó el juez, divertido.

—Qué cinismo —Jorge rio.

—A ver qué pasa mañana con esta telenovela. Ya me siento cómo en el programa de la doctora Polo.

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