57. FINAL (Parte dos)

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Nicolás se aterró, pues si la idea de morir en un hospital era terrible para él, hacerlo en la cárcel resultaba intolerable. Con algo de trabajo se puso de pie y apoyado en los hombros de su amigo suplicó:

—¡No dejes que me lleven, Ele! ¡Por favor, no dejes que me lleven!

—No, no, tranquilo. No sabemos ni a qué vienen. Ven, siéntate. Actúa normal.

—¡¿Dónde está la pistola?!

—Yo la tengo.

—¡Dámela! Si te la ven a ti, van a agarrar eso de pretexto para llevarte. Yo tengo el permiso en mi saco. Ponla aquí en la mesa.

No muy convencido, hizo lo que le dijo y le acercó la ropa para que sacara el permiso. Después, abrió la puerta para dejarlos entrar.

—Buenas tardes —saludó.

—Lamentamos interrumpir su velada romántica, señores, pero la ciudadana nos alertó de un secuestro —informó Trejo, alternando la mirada entre Nicolás y Eleodoro.

—Pues como vio, no hay tal. En cambio, aquí la señora —señaló a Cassandra—, vino a invadir esta propiedad y a amenazarnos —declaró Ele.

—¡¿A amenazarlos?! ¡Ustedes son los que tienen armas, no yo! —repuso Cassandra.

—Usted dijo qué el señor Sánchez tenía secuestrado a su primo —la cuestionó Huerta con severidad—. Le advierto que hacer acusaciones sin fundamen...

—¡Ya lo sé, soy abogada! —interrumpió de forma altanera.

—¡Yo también, señora! —aclaró Huerta— ¡Así que déjeme terminar!

—¡Son unos inútiles! —espetó Peters, furiosa.

—¿Tienen permiso para portar armas? Porque veo una ahí —señaló Trejo la mesita al lado del sofá.

—Esa no es la mía, Ele —susurró en el oído de su amigo cuando se acercó.

—¿Tiene su permiso a la mano?

—Sí. —Entrega Nicolás el documento.

—Pero, aquí dice Colt nueve milímetros. Esta es una...

—Esa es de ella —informó el escritor.

—¿Y por qué la tienen ustedes? —inquirió Trejo.

—Porque le disparó a mi amigo —acusó Nico, en lo que terminaba de abotonarse la camisa y se levantó—. Enséñale la pierna, Ele...

Huerta se aproximó a examinar al ver la sangre en el pantalón de Sánchez.

—¿No se ha puesto nada? —preguntó Huerta, preocupada.

—No es de cuidado, pero esa mujer está loca. Vino aquí, nos apuntó, me disparó y mi gato está perdido por su culpa. Más bien deberían llevársela a un hospital psiquiátrico o algo. Es muy peligrosa.

—¡¿Allan?! —preguntó asombrada y miró a Cassandra con ganas de querer acariciarla varias veces con los puños. Ya era bastante malo todo lo que decía él, ¿Pero meterse con un animalito inocente ¡Eso sí que no!

La pistola seguía en la mesa y nadie la estaba observando ahora. Trejo salió y encontró la jaula transportadora de Allan con un agujero de bala en el techo.

Huerta estaba vigilando a Cassandra, pero una distracción de segundos provocada por un malestar repentino de Mendívil, quien se dobló del dolor por un momento, bastó para que Cassandra tomara la pistola e intentara dispararle a Eleodoro.

Nicolás la vio a tiempo y alcanzó a reaccionar haciéndolo a un lado y recibiendo la bala en el pecho. Tarde, pero Huerta le dio un tiro a Cassandra en un costado y otro en el brazo para que soltara el arma.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora