51. LA GRACIOSA HUIDA

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«Después de todo, un abrazo es solo otra forma de ocultar la cara».
—Doctor Who.

Nicolás estuvo muy inquieto el resto del día y se le dificultaba concentrarse en el trabajo.
Tanto la visita de su prima, cómo la de los policías, lo alteraron y decidió salir un rato. Avisó a su socio y se dirigió a la salida.
Apenas abrió la puerta de vidrio, una brisa húmeda y caliente se coló, golpeándole la cara. Aborrecía ese clima detestable en el que apenas se podía respirar. Tal vez ya era momento de cambiar de ambiente por uno mucho más fresco y benigno. Le propondría a Ele marcharse de ahí, hacia un lugar más confortable.

En la oficina, Huerta analizaba unos documentos y cotejaba datos. Estaba muy ensimismada en su labor, por lo que no advirtió que Trejo miraba sobre su hombro.
—Debes estar feliz con tu descubrimiento, Huertita. Al fin probaste tu teoría.
—Hipótesis.
—Sí, lo que sea, ¿Pero por qué estás tan segura? ¿Qué descubriste?
—Las heridas en la cara de Davina empiezan al lado derecho de la cara.
—¿Y?
—Sánchez es diestro.
—Pudo cortar desde atrás o usar la mano izquierda para confundir.
—Eso le pregunté al forense y me dijo que no era posible debido a la fuerza y el ángulo del filo sobre el tejido. Siéntate ahí… —toma un bolígrafo y finge cruzarle la cara con la mano izquierda como hicieron con Davina.
—Pobre de ti que me rayes —advirtió— ¿Eres zurda?
—No.
—Tampoco eres un gay loco de celos, con sed de venganza, porque a Ele bebé le robaron su librito todo feo.
—¿Entonces estás de acuerdo en que Sánchez es inocente?
—¡Sí, Gloria, sí! ¡Lady Sánchez no mató a la actricilla! Pero eso no quiere decir que no sea cómplice. Es que Mendívil es taaan obvio.
—Sí, cómo que puso niñeras en la cárcel, le pagó los abogados…
—Y no lo viste madrear el cartón con la foto de la vieja esa.  Solo alguien que odia tanto a otra persona, es capaz de hacer lo que él hizo.
—O que ama tanto.
—Eso no es amor, Gloria. Está obsesionado con él. Ahora creo que Ele bebé está en peligro. Ese güey, Sánchez, está loco, le faltan varios tornillos, pero no los que se necesitan para matar así a alguien.
—No sería la primera vez, tampoco ¿No te conté lo que pasó en el autoservicio?
—¡Pues cuenta, mana, cuenta!
—Cada día suenas más convincente, Joel —afirmó Huerta divertida con las ocurrencias de su compañero.

Al no tener otro remedio, Ele tuvo que abrir la puerta y dejar entrar a Cassandra. Estiró el brazo para invitarla a sentarse.
—¿Qui— qui-eres tomar algo? —tartamudeó, rascándose la nuca.
—No. Siéntate, que lo que voy a decirte es muy importante.
Sin ganas, se sentó frente a ella en el otro sillón con las piernas cerradas y las palmas sobre las rodillas.
—Empieza —indicó.
—Primero que nada, no es que me importe tu vida, pero sé que no advertirte esto no me dejaría vivir tranquila. Te dije que te fueras y no me hiciste caso, pero aún estás a tiempo. Estás en peligro.
—¿Por qué, según tú?
—Sé, qué vivir de mantenido con todas las comodidades es muy tentador, sobre todo para ti, qué nunca has tenido nada, pero Nicolás está obsesionado contigo. Es como una anaconda que va a asfixiante con su amor y sus cuidados hasta que ya no puedas escapar. Ha pasado antes y estoy segura de que volverá a pasar.
—Dirías cualquier cosa con tal de deshacerte de mí, ¿Verdad?
—Sabía que no me creerías y por eso traje esto… —Saca un pedazo de diario doblado y se lo entrega.
«Homicida sale libre bajo fianza. Comunidad de Jalisco indignada».
Debajo del encabezado había una foto de un Nicolás mucho más joven qué ahora, pero igual de atractivo.
—Javier era su amante y cuando intentó dejarlo, le disparó varias veces por la espalda.
—Yo no soy su amante —aclaró irritado.
—¡Eso no importa! Si no te vas pronto, acabarás igual ¡¿Eso quieres?!
—Gracias por tu «sincera» preocupación, pero ya cumpliste, ya puedes dormir tranquila, así que puedes lárgarte.
—¡Eres un imbécil!
—Pero tú más ¿No gritabas a todo aquel que quisiera oírte, qué soy un asesino? —le dedicó una mirada que tenía muy ensayada cuando buscaba intimidar—. Vete, Cassandra, antes de que cambie de opinión. Y conste que solo es por gratitud haca tu padre ¡Vete!
La mujer se levantó, tomó su bolso y salió de ahí a toda prisa. Tranquilamente, salió tras ella para cerrar la puerta. Además de escritor, había resultado un actor bastante convincente. Esperaba no volver a verla nunca más.
Con Frida muerta, lo único que le quedaba ahora, era su carrera y con el apoyo de Nicolás, sería mucho más fácil cumplir las metas que había pospuesto por falta de tiempo y dinero. Ahora tenía ambos y los aprovecharía, le doliera a quien le doliera.
Regresó al sofá y se recostó, cayendo en un profundo sueño a los pocos minutos.

Ele… Ven. Te estoy esperando ¿No quieres venir? —escuchó la voz de Frida.
—Sí… Pero no todavía —respondió.
—¿Por qué? —cuestionó entristecida.
—Aún tengo algo que hacer. Espérame ¿Puedes esperarme?
—Por supuesto, mi amor, no hay prisa. Yo sé que vas a triunfar. Ve…
Antes de irse le dio un largo abrazo y regresó por un pasillo mal iluminado que se oscurecía cada vez más conforme avanzaba.

Cuando despertó, Nicolás lo observaba de pie junto al sofá.
—Te dije que no la dejaras entrar. Apesta a su perfume por toda la casa.
—¿Qué hora es? —preguntó amodorrado.
—Las cinco.
—¿Cerraste antes? —Bostezó y se estiró.
—No, Jorge se quedó a cubrirme.
—¿Te sientes mal? —se levantó de prisa.
—Un poco ¿A qué vino? —insistió.
—A molestar ¿A qué va a ser? —contestó fastidiado.
—Sí, ¿Pero qué te dijo?
—Tonterías, Nico. Relájate.
Nicolás recogió el pedazo de periódico que Cassandra había olvidado en su huida y lo desdobló. Su expresión se tornó sombría y lo miró dolido.
—Yo quería contártelo. Pero no sabía cómo —confesó con voz grave.
—No importa, de verdad, olvídalo —murmuró mirándolo directo a los ojos, tratando de tranquilizarlo.
—¡¿Ves?! ¡Reaccionaste justo cómo no quería que lo hicieras! ¡¿Me tienes miedo ahora?!
—Nico, tranquilo —levantó las manos—. Soy el menos indicado para juzgarte ¿Recuerdas? Y no, no te tengo miedo, ¿O debería? —sonrió afable.
—¡No! ¡Yo jamás te haría daño! —se señaló, golpeándose el pecho con los dedos y exclamó— ¡Yo te amo!
Ele sintió un escalofrío al recordar qué eso, incluso con el mismo tono desesperado, se lo dijo a Davina. Abrazó fuerte a su amigo para que no viera la cara de terror qué tenía en ese momento y respondió sin estar muy convencido:
—Ni yo a ti, Nicolás. Ni yo a ti.

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Y no se pierdan los últimos capítulos.
Y si llegaron hasta aquí, millones de gracias y bendiciones para ustedes.

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