39. LOBO CON PIEL DE OVEJA

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¿Había hecho bien? Pensó Ele, sin lograr concentrarse en su lectura. Cerró el libro y se recostó en el lugar qué Annuel le prestaba cuándo no lo estaba usando.

Después de todo, Frida era la única persona qué lo mantenía con un poco de esperanza, dónde no había casi ninguna.

Le dolió verla tan lastimada y encima tener que decirle que ya no la quería mirar de nuevo, aunque por dentro, se estuviera muriendo de ganas por sentir su cuerpo cerca otra vez.

Pero tampoco deseaba qué esos desgraciados le hicieran más daño si la relacionaban todavía con él.

La suma de todas esas situaciones, qué lo tenían hundido, provocaban que esa mancha oscura en su alma, creciera cómo un cáncer.

Ele siempre había tratado de ser un buen hombre, una buena persona; y en general, lo era. Había en él una gran bondad, generosidad y empatía hacia los demás. Pero cómo en todos, también una parte siniestra y malvada de su alma podía llegar a asomarse de vez en cuando.

Pocas personas lograban que esa mancha oscura se manifestara, pero aun así, luchaba con todas sus fuerzas para evitar verse dominado.

Dos veces había fallado en tal empresa: Una con Davina y otra con Juan. Ambos representaban una carga emocional enorme aun estando muertos. Pero cuándo estaban vivos, era peor.

La actriz con sus juegos egoístas y crueles, dándole esperanzas cuándo le convenía y mandándolo al olvido si se le pegaba la gana.

Rechazarla fue la cosa más difícil qué tuvo qué hacer nunca, pero se cansó de esperar y jugar con sus reglas. Eso la molestó tanto, qué tomó el peor camino para «castigar su rebeldía».

Y Juan... ¡Ay, ese imbécil cobarde! ¡Con gusto lo hubiera desaparecido por mero placer! Maltrataba a su esposa, la humillaba y negaba a su hijo. Alguna vez pensó en que la influencia de Davina era la causa, pero no, solo era un estúpido qué no merecía nada de lo que tenía.

Lo que daría por una familia tan bonita, por una mujer tan cariñosa e inteligente cómo Frida y por un bebé tan precioso cómo el que le asesinaron.

—¿Por qué siempre estás leyendo? —preguntó Annuel con curiosidad, luego de observarlo por varios minutos.

—Porque me ayuda a pasar el tiempo. Deberías intentarlo.

—Los libros son aburridos.

—Oh, no, no lo son.

—A ver —dijo y tomó el libro por la tapa. Ele se lo quitó y se lo extendió de forma horizontal.

—Así no se tratan los libros, Annuel —corrigió.

—¿Les duele o qué? —se burló.

—A mí me duele.

—¡Ay, sí! —Estalló en una carcajada y hojeó el libro— ¡Son puras letras, que hueva! Toma —se lo devolvió como Ele se lo entregó, con cuidado, aunque exagerando un poco—, eres bien rarito.

—No soy rarito —repuso el escritor.

—No encajas aquí. Tienes cara de rico.

—Pero no lo soy. No tengo en qué caerme muerto. Ya no me queda nada —sentenció con pesar.

—¿Y cómo pagas tu abogado? Porque lo he visto y ese señor no se ve que sea de oficio, se le nota la alta alcurnia.

Annuel a veces era muy gracioso en sus comentarios y no pudo evitar reír.

—No, no es de oficio —respondió Ele—, pero creo que solo soy su obra de caridad.

—¿Y el otro? ¿Don Nico? ¿Ustedes...?

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora