1. TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A ELE

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Sala de interrogatorios de la Fiscalía General del Estado

Ele sabía que podía ser peligroso presentarse a declarar sin asesoría legal. Peligroso y estúpido, pero no tenía nadie que pudiera ayudarlo en ese sentido, no ganaba lo suficiente para tener un abogado a su disposición. En todo caso tendría que conformarse con uno de oficio y en su opinión, eso y nada, venía siendo exactamente lo mismo.

El agente Joel Trejo lo miraba con mucha atención, analizando cada palabra, cada movimiento y hasta cada respiración del hombre que tenía enfrente.

No lucía nada especial. Estatura promedio, tez blanca, pecas debajo de los ojos, cabello castaño cobrizo —según una compañera qué conocía de tintes capilares—. En resumen, alguien qué se perdería fácilmente entre una multitud.

De entrada, ya le había caído mal, además de que parecía ansioso y por momentos, tenía la mirada extraviada.

—Adelante, puede comenzar —Indicó la detective Huerta.

—Sí...

Eleodoro puso especial cuidado en mirarla a los ojos mientras contaba su versión de lo ocurrido.

—Conocí a la señorita Davina Gascón hace cinco años en mi lugar de trabajo —comenzó así su declaración.

—¿En dónde trabaja, señor Sánchez? —cuestionó la agente Gloria Huerta.

—En la Televisora del Noroeste. Soy escritor guionista.

—¿Cuál era su relación con la actriz? —continuó Joél Trejo, un agente joven de reciente ingreso, quien era el que haría la mayoría de las preguntas.

—Ninguna.

—¿Ninguna? —interrogó de nuevo con incredulidad.

—No, ninguna —afirmó tajante—. Solo éramos compañeros de trabajo.

—¿Qué edad tiene, señor Sánchez?

—Cuarenta y seis años.

—Es raro que diga que mantenía una relación exclusivamente de trabajo con la víctima, cuando todos los compañeros a los que hemos entrevistado, han dicho justo lo contrario.

—Deben estar confundidos. Yo nunca tuve una relación más allá de lo laboral con Davina —aclaró, procurando que no lo traicionara la amargura qué esa pregunta le producía.

—Continúe, señor Sánchez —instó la detective Huerta mientras revisaba unos documentos dentro de un folder guinda.

—Yo... —Titubeó un segundo—. Yo estuve enamorado de ella por mucho tiempo, y llevamos una relación parecida a la amistad, pero solo eso. Nunca hubo nada más. Solo me usaba cuando le convenía —murmuró al final.

—¿De qué forma?

—De muchas en realidad. Pero la peor de todas, fue haber publicado como suyo algo que yo escribí.

—¿Y por eso la asesinó, Señor Sánchez?

—No, yo no la asesiné. Estaba por denunciarla y meter una demanda en su contra cuando la mataron. A mí de nada me sirve muerta.

—¿De nada «le sirve»? ¿Y cómo para qué quería qué le sirviera la señorita Gascón, Sánchez?

—Quise decir el hecho de que haya muerto, ha echado por tierra meses de trabajo al no poder demostrar que el libro lo escribí yo.

—Muy bonita historia, Eleodoro, pero no me convence —comentó Trejo—. No olvide qué sus huellas están por toda la escena del crimen, señor Sánchez. Sabemos qué estuvo ahí. Todo lo incrimina.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora