20. CONSEJO

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Antes de que Huerta se fuera y ya con Allan instalado, Nico le preguntó casi en tono de súplica, acerca de la posibilidad de que le permitiera ver a Ele al menos unos minutos. Las cuarenta y ocho horas estaban por cumplirse y trasladarían a su amigo al penal en tanto el juicio comenzaba.

A Huerta la conmovió su expresión tan tierna y desesperada.

—Por supuesto, no está aislado. Pero tendrá que ser temprano, pues mañana se vence el plazo para que permanezca ahí.

—¿Entonces lo dejarán libre?

—No, señor Mendívil.

—Gracias, gracias por todo. Es usted muy amable.

—No hay de qué. Le hará mucho bien su visita.

—Disculpe, una pregunta ¿Es así con todos los sospechosos o solo con él, detective?

—Trato de serlo con todos, nunca está de más un poco de humanidad ¿No lo cree?

—Tiene toda la razón. Especialmente con Ele. Es alguien que provoca ese sentimiento. Ya sabe.

—No, no lo sé, pero si usted lo dice, le creo. Procure que sea antes de las diez.

—Sí. Gracias de nuevo.

—Señor Mendívil, disculpe la pregunta, pero, ¿El señor Sánchez y usted son pareja?

—No —pensó unos segundos—, nos une una entrañable amistad y admiración mutua, pero Ele es... Es solo mi amigo.

—Disculpe el atrevimiento. Sabe, me encantaría hablar con usted un día.

—¿Quiere interrogarme?

—No, solo una charla. Nada oficial. Digamos qué usted me inspira mucha confianza, me parece una persona agradable.

—Oh, vaya, gracias.

—Hasta luego, señor Mendívil.

—Hasta luego, detective.

Gloria dio la media vuelta y abordó su auto para volver a casa.

A Trejo no dejaba de darle vueltas en la cabeza, la expresión extraña de Ele ¿Se estaba burlando de él? ¿Sabía algo? No soportó más y fue a donde estaba para preguntarle

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A Trejo no dejaba de darle vueltas en la cabeza, la expresión extraña de Ele ¿Se estaba burlando de él? ¿Sabía algo? No soportó más y fue a donde estaba para preguntarle.

—¡Oye, tú, despierta!—golpeó el metal de los barrotes metálicos  con una llave— ¡Despierta, Sánchez, te estoy hablando!

—¿Qué quiere?

Ni siquiera estaba dormido, pero no le daba la gana de responder hasta entonces.

—¡Más respeto, pendejo!

Ele se levantó de mala gana, se estiró unos minutos y se acercó a la reja despacio.

—No tengo por qué soportarlo. Menos a esta hora y sin mi abogado presente. Y tampoco me inspira ningún respeto.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora