5. FRIDA

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Joel se acercó al cubículo de Gloria, quién estaba muy concentrada en su trabajo.

—Buenos días —saludó—. Tengo la dirección de Nicolás Mendívil.

—Muy bien. Déjame ponerte tu estrellita en la frente —bromeó.

—¡Ah! ¿Ya ves como eres?

—Iremos a casa de Pérez primero —continuó, haciendo caso omiso a su queja— . Mintió, Joél, dijo que estaba separado de su esposa desde hace meses, pero no es verdad y sigue viviendo ahí.

—Tal vez ahora que Davina está muerta, regresó con el rabo entre las patas, como el perro arrepentido.

—Creo qué Juan Pérez miente cómo deporte. Primero negó haber tenido problemas con Sánchez y unos minutos después, empezó a despotricar en contra de él.

—Oye, pero Pérez debe estar a esta hora en la televisora.

—Mucho mejor, no es con él con quién me interesa hablar..

—¿Crimen pasional, dices?

—Yo no he dicho nada —lo miró extrañada.

—Pero lo pensaste.

—Es una posibilidad. Hay mujeres así.

—Espero que sea tan fácil como con tu «princesita escritora».

—¿No te cansas de ser tan patán, Joél?

—¿Viste sus manitas? ¿Tan delgadas, blancas y frágiles? —comentó Trejo provocador.

—Sí, las ví.

—Cómo de mujer...

Huerta rió al escuchar la observación de su compañero.

—No necesariamente —repuso—. Mis tías tenían manos enormes y callosas debido al trabajo en el rancho, allá en Sinaloa. Es más, tus manos parecen de princesa comparadas con las de ellas. Y de su fuerza ni te cuento. Alzaban costales de cemento y le echaban mecánica a los tractores.

—¡Ya saliste! ¡No puedo decir nada de ese güey porque de volada sales a defenderlo!

—Primero que nada, Trejo, no me grites. No no lo estoy defendiendo, solo te estoy contando algo.

—Sí, cómo no ¿Sabes qué? Mejor no te digo porque me vas a a correr.

—Pues estás muy cerca, déjame decirte.

Nicolás leía el libro que Gascón le robó a su amigo

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Nicolás leía el libro que Gascón le robó a su amigo.

—¡Infeliz!

No solo la consideraba incapaz de escribir un solo párrafo decentemente, sino que dudaba que alguna vez hubiera leído otra cosa que no fueran los estúpidos libretos que debía representar. Una cara bonita y nada más.

Un adjetivo peyorativo tras otro, era lo único que le venía a la mente cuando pensaba en Davina Gascón.

Colocó la muestra donde estaba casi con asco. Además la portada era horrenda, de mal gusto, hasta vulgar para algo que debía tener una presentación de acuerdo a su contenido. Producto de la prisa por adueñarse de lo que no le pertenecía, pensó.

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