53. UN HUECO

159 30 29
                                    

Pasaban de las diez de la mañana cuando Huerta abrió la puerta de vidrio y aluminio de la librería. Fue una sorpresa encontrarse con Sánchez acomodando algunos libros en los anaqueles más altos, ayudando a una de las empleadas.

Su atuendo lo hacía ver más joven de lo que ella sabía que era. De espaldas, cualquiera supondría que se trataba de un muchacho veinteañero, incluso de perfil.

Cautelosa se acercó lo suficiente para evitar que un grueso libro le cayera en la cabeza a la mujer.

—¡Ay, gracias! —suspiró Lupita aliviada—, ese ladrillo me hubiera descalabrado.

—Eso te pasa por distraída —replicó Ele—, te dije que lo agarraras.

—No lo oí.

—Hola, señor Sánchez —saludó la policía cortando la discusión— ¿Trabajo nuevo?

—Algo así. ¿En qué puedo ayudarla?

—En realidad con quién me gustaría hablar, es con el señor Mendívil.

—No está, tuvo que salir un momento.

—Qué raro, creo que vi su carro estacionado allá afuera —señaló la salida—. ¿Cómo a qué hora volverá?

—Debe ser otro carro. La verdad, no sé.

—Bien, volveré luego. Hasta pronto.

—Nos vemos.

Huerta lo miró de forma extraña, como si supiera que mentía. Pero no era así, cuando Nico le dijo que saldría un rato, él le creyó. No tenía por qué dudar.

Desafortunadamente, el engaño le salió mal y se encontró con ella de frente cuando salió del local por la puerta de atrás.

—Señor Mendívil, qué gusto verlo de nuevo.

—Buenas tardes, detective —forzó una sonrisa.

—¿Recuerda que teníamos una conversación pendiente?

—Sí, lo sé, pero en este momento no es posible.

—Entiendo —sonrió condescendiente—. Ponga usted la fecha, Nicolás, porque si la pongo yo, tal vez la conversación tenga que prolongarse demasiado. Evite viajar en las próximas semanas.

—Mañana a las diez. Aquí, si le parece.

—Mañana a las diez, entonces. Con permiso.

—Propio.

Cuando Huerta se fue, Nicolás ingresó al local con angustia en su mirada. Era tonto, pero sentía que le pisaban los talones. Debía escapar. Ele lo notó de inmediato.

—¿Todo bien, Nico?

—Sí, sí, todo bien —respondió intentando con todas sus fuerzas que fuera verdad.

—Huerta acaba de irse —comentó, mientras acomodaba unos libros en el cajón de las ofertas.

—Lo sé, acabo de hablar con ella.

—¿Por eso tienes esa cara? ¿Qué te dijo?

Nico se negó a hablar. Ele dejó lo que estaba haciendo para tomarlo del brazo y llevarlo al cuarto de atrás.

—¿Qué pasa, Nicolás? Mientes muy mal.

—¡Es por lo de Davina! ¡No quitan el maldito dedo del renglón! ¡Ya deberían olvidarla y que se fría en el infierno en paz!

—Solo debes decir qué no sabes nada, ¿recuerdas? «Hasta que el maldito sol se apague». Después de todo, tú no hiciste nada.

—No te burles de mí —dijo molesto.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora