10. RENOVADO

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A Ele no le gustaba pensar en lo que había hecho. Le dolía haber sido capaz de un horror de tal magnitud. Por eso prefería disociarse, fingir que no había pasado, o qué al menos, él no lo había hecho.

Por las noches lloraba desesperado en un rincón de su departamento, mientras Allan lo  observaba con una expresión indescifrable. En silencio, pedía perdón al fantasma de Davina hasta que recordaba su traición; entonces el odio, el rencor y los celos qué lo hicieron cometer el crimen, volvían a poblar su mente, para hacerlo pasar del remordimiento a la auto justificación.

De repente, se levantaba y corría a ponerse tras el ordenador para escribir cómo un poseído, cosas qué luego no reconocía como suyas. Pero sentía el impulso de hacerlo.

Sin embargo, terminaba borrándolo todo. Últimamente le parecía qué solo escribía basura, qué nada valía la pena. Y culpaba a Davina de eso.

Se seguía sintiendo tan herido, qué temió no poder escribir nada decente otra vez. 

Porque en su opinión, para escribir, se necesitaba alma y a veces, le parecía qué era solo un cuerpo vacío que continuaba respirando.

Se confirmó qué la quijada encontrada pertenecía a Gascón y que las herramientas eran nuevas, aunque sería muy difícil determinar cuándo y dónde habían sido adquiridas

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Se confirmó qué la quijada encontrada pertenecía a Gascón y que las herramientas eran nuevas, aunque sería muy difícil determinar cuándo y dónde habían sido adquiridas.

—Alguien estaba jugando al albañil carnicero aquí... ¡Un momento! Huerta, tal vez no fue el intento de suicidio qué Lady Sánchez quiso hacernos creer. Tal vez se cortó tratando de destrozar el cuerpo de Davina para ocultarlo, no pudo, y se rajó.

—Pero los cortes serían diferentes y no solo uno, serían más.

—¿Y  si no fue con un filo metálico, sino con el borde de uno de los huesos que intentó cortar para quitarle la quijada.

—O tiene un cómplice. Según dices, Mendívil tiene un interés muy marcado en él. Pudo haberlo ayudado cuándo, cómo dices, Sánchez resultó herido.

—Vaya, al fin estás cooperando, Huertita.

—Él mismo lo dijo, no le gustan las herramientas ni sabe usarlas. Y yo le creo. Se ve qué es bastante torpe.

—¡Mentira! Eso dijo, pero habrá qué ver si es cierto ¿Crees qué Mendívil podría saber algo y lo esté encubriendo?

—Pasan mucho tiempo juntos. Hay un cuarto en la librería con una mesa y dos sillones oculta al público.

—¿Lo has estado siguiendo, Huerta?

—Yo no, puse a alguien a hacerlo. Sánchez es un hombre de hábitos, de rutina. Siempre hace lo mismo, cada día. Va a trabajar, cumple con su parte y en la noche regresa a su casa para alimentar a su gato.  Martes y  jueves va a la librería entre las cuatro y las seis.

—Justo a la hora del Té. El te empino  —soltó una carcajada—. Lo qué harán esos dos cochinos ahí adentro.

—Eso no es nuestro asunto, Joél.

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