11. MENTE BRILLANTE

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Conforme pasaban los días, el coraje qué Pérez sentía hacia Ele iba aumentando y a pesar de sus esfuerzos para dejarlo mal enfrente de todos, nada parecía surtir efecto. Eso, aunado a que su matrimonio iba de mal en peor, lo mantenían en un constante estado de neurosis.

Nunca pensó que extrañaría tanto a Davina, pues ella era para él no solo un sinónimo de un maravilloso sexo lleno de pasión, sino que se entendían a otro nivel. Eran amigos y muy buenos compañeros. Pero a pesar de todo eso, hubo algo que siempre lo molestó: La estúpida fascinación de Davina por Eleodoro.

No, no se trataba de una fascinación por su persona, sino por su mente. Porque podría no haber tolerado su cercanía por mucho tiempo —ya que los arranques de celos y su tendencia a actuar como "un arrastrado maniático", le inspiraban un enorme temor—, pero reconocía en él, una mente brillante y un enorme talento.
A veces, cuándo Juan intentaba menospreciarlo, Davina lo defendía de inmediato con vehemencia, tanta, qué más de una vez llegó a dudar qué de verdad lo despreciara como decía.

Suspiró con tristeza al recordar esos incómodos momentos, pero cómo el mismo Sánchez reconoció, el elegido fue Pérez. Con él pasaba las noches y los días.

Tal vez si Eleodoro no hubiera actuado como un estúpido demente, las cosas habrían sido muy diferentes.

Sorprendido, porque después de mucho tiempo Huerta le aceptó una invitación para beber juntos un par de cervezas, la condujo por el pasillo del restaurant bar al que solía acudir las noches de viernes, cómo esa

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Sorprendido, porque después de mucho tiempo Huerta le aceptó una invitación para beber juntos un par de cervezas, la condujo por el pasillo del restaurant bar al que solía acudir las noches de viernes, cómo esa.

—Oye, qué bonito lugar —comentó Huerta al observar a su alrededor cuando llegaron hasta la mesa qué la anfitriona les indico.

—No iba a llevar a mi apreciada jefa a cualquier tugurio de mala muerte ¿Verdad?

—¿Tu "apreciada jefa"?

—Yo te aprecio, Huertita. Aunque no lo creas. No mucho, pero si.

—Entonces no me digas "Huertita".

—Por eso dije que no mucho. Además, es de cariño.

—Tú no das paso sin guarache, Trejo, algo quieres.

—Pues sí y no ¿Qué vas a querer? —preguntó cuando una atractiva mesera se acercó.

—Algo sin alcohol.

—Ay, Huerta... —rodó los ojos y se dirigió a la mesera, qué acababa de llegar—. Una Artois Zero y para mí, una Guiness.

Trejo no pudo evitar posar la mirada en el generoso trasero de la curvilínea camarera. La mujer sonrió y caminó hacia la barra por el pedido. Gloria la observó y le extrañó qué no tuviera puesto un uniforme, igual qué el resto de las camareras del lugar, pero no dijo nada.

La siguiente pregunta de Trejo la distrajo de la que ella iba a formular.

—¿Te puedo preguntar algo sin que te enojes?

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