52. CONFESIONES

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Ele se separó despacio de Nicolás, quien lo miró casi suplicando qué no lo hiciera, qué no se alejara. Pero no se refería a un alejamiento físico, sino a ese que deviene luego de una decepción y estaba seguro de qué Ele estaba tan temeroso cómo decepcionado.
Sin embargo, no era así. Sánchez solo estaba preocupado por ese arrebato repentino. Quería saber lo sucedido de su propia voz, pero a la vez no. Prefería pensar qué solo eran intrigas de Cassandra y que todo era menos grave de lo que aparentaba.
—¿Tienes hambre? —Fue lo único que se le ocurrió preguntar.
—No —respondió Nicolás extrañado.
—Yo sí —dio la vuelta y se dirigió hacia la cocina.
—¿No vas a decir nada? —Ele se detuvo y lo miró desde el quicio de la puerta que estaba a unos cuantos pasos.
—Si quieres contarme, hazlo, te escucho. Pero soy muy ansioso y tengo que hacer otra cosa mientras lo hago. Además, tengo mucha hambre. Ven, te preparo algo. Un sándwich o lo que sea. Debes estar cansado.
Nico lo siguió hasta la cocina y repuso.
—Lo tomas muy a la ligera.
Ambos se sentaron en el antecomedor frente a frente. Nicolás aún estaba muy tenso. Ele volteó la silla y se sentó recargando la cabeza en el respaldo con los brazos bajo el mentón.
—No, Nicolás. No es que lo tome a la ligera, solo quiero hacerte el trago menos difícil. El tema del que vas a hablar es...
—¿Puedo confiar en ti, Eleodoro? ¿Puedo confiar en ti ciento por ciento?
—Totalmente. Es necesario que ambos confiemos uno en el otro así, ciento por ciento. Pero por favor, Nicolás, no sigas, no digas mi nombre completo, no lo soporto.
—Tienes que superarlo algún día.
—Sí, pero no hoy ¿Quieres el sándwich entonces?
—Sí —sonrió levemente.
Mientras Ele sacaba del refrigerador las cosas qué necesitaba, Nico relataba los pormenores del trágico suceso qué lo llevó a esa ciudad.
No tardó mucho, ni dio demasiados detalles. Pero cada palabra, qué decía, le dolía, incluso, lloró al recordar algunos acontecimientos.
—Nico... —interrumpió al asaltarlo una duda— ¿Cassandra conocía a Javier?
—Sí. Muy poco, la verdad ¿Por qué?
—¿Qué tanto?
—Javier era el hermano mayor de su mejor amiga. Supongo que hablaron alguna vez. Dime qué piensas.
—¿Te habló mal de él alguna vez? —preguntó intentando establecer un patrón.
—Sé lo que estás insinuando, pero es imposible, era una niña y...
—¿Qué edad tenía Cassandra entonces? —insistió con un tono neutro.
—Quince o dieciséis —respondió sin estar seguro, tratando de recordar.
—¿Tú sabes lo que ella siente por ti, cierto?
—Es mi prima y varios años menor.
—¿Lo sabes, Nicolás? —repitió.
Sabía a dónde quería llegar, pero aun así le molestaba porque era algo tan obvio que cualquiera podía darse cuenta.
—¿A qué se debe este interrogatorio, Ele? —repuso molesto y se levantó de la silla.
—Disculpa, no quise que pareciera uno, pero necesito saber ciertas cosas. Cassandra está enamorada de ti. Andrés lo sabe, él me lo dijo.
—A estas alturas creo que hasta el maldito Papa lo sabe. Pero está confundida. Yo no concibo eso, la veo como una niña todavía. Además, yo... Ya sabes, yo no soy hetero. Y aunque lo fuera, sería impensable.
—Lo sé. El problema, Nico, es que a ella no le importa nada de eso. Creo que quiere ponerme en tu contra y si no lo consigue, intentará hacer lo contrario. Y pienso qué no es la primera vez.
—¿Y qué debo hacer? —preguntó más para él mismo que para Ele.
—Evitarla. Sé que es tu familia, pero no creo que tenerla cerca te haga bien. A ninguno de ustedes. Pero es tu decisión. Solo toma eso en cuenta cuando te empiece a hablar de mí.
—¿Y piensas que voy a creerle?
—Todavía no me conoces bien —se acerca a Nicolás hasta respirar el mismo aire.
—Claro que te conozco —miró su boca deseando desesperadamente un beso. Uno pequeño aunque fuera.
—¿Lo suficiente para nunca dudar de mí? —Colocó los brazos sobre los hombros de Nicolás, quien ya no estaba seguro de si lo que estaba pasando era real.
—Sí —respondió—. Pero yo tampoco quiero que dudes de mí. Ni que desconfíes. Solo pido tu fidelidad, Ele y lo tendrás todo. Tu fidelidad y tu compañía. Te quiero muy cerca...
Ele no quería ser como Davina. No quería aprovecharse de los sentimientos de Nicolás como ella se aprovechó de los suyos. Tal vez si lo intentaba de nuevo funcionaría.
¿Pero y si no? Él creería que estaba jugando y se pondría como la última vez en la librería ¿Un beso tal vez?
Sujetó la cabeza de Nico entre las manos y lo besó. Sin pensarlo demasiado, sin aviso previo, solo lo hizo. Perfectamente afeitado, limpio, oliendo a ese perfume suave pero masculino también.

Meses atrás

Descansando en silencio entre los brazos de Frida, Ele pensaba en la confesión que acababa de hacerle a su amante.
Le había contado lo ocurrido en la librería y de cómo tuvo que salir huyendo de ahí.
Ella lo escuchó atenta, sin juzgar. Él era aprehensivo con casi todo en el mundo y el encuentro con su amigo lo tenía muy confundido.
—¿Te gusta Nicolás? —le preguntó después de unos minutos— ¿Te atrae? ¿Te imaginas teniendo sexo con él?
—No, sexo no, pero... Frida es que es muy guapo y siempre huele bonito.
—No tiene nada de malo admitir que otro hombre, o en mi caso, otra mujer, me parece bonita. Ahí está Margot Robbie, esa mujer es una maldita Barbie humana y he soñado que tengo sexo con ella.
—Margot Robbie es una diosa —dice él y Frida le da una palmada en la frente.
—¡Áu! —Se quejó.
—¡Solo yo puedo decirlo! —ríen ambos— ¿Sabes qué? Creo que todos somos bisexuales, pero la religión y esas tonterías, qué nos implantan desde pequeños, nos hacen reprimirnos. Si quieres probar con Nicolás, por mí no hay bronca. Si necesita reguetón, dale. Pero, solo con él, ¿Eh? Tampoco te emociones.
—Me tranquiliza saber que tengo tu bendición —dijo sarcástico.
—Pero con una condición, Ele beibi.
—¿Cuál? —Se recargó la cabeza en la mano.
—Qué me sigas amando a mí también.
—Hay poquito de mí, pero alcanza para los dos. Pero a ti nunca voy a dejar de amarte, ya no puedo.
—Ni yo —se besan repetidamente y se cubren con las sábanas.
—¿Me amas, Frida?
—Es imposible no amarte.

El teléfono de Cassandra sonó. Estiró el brazo para alcanzar el aparato sin moverse demasiado. No reconoció el número, pero era local y decidió responder. Tal vez Joel había cambiado el número y le llamaba para rogar por un encuentro. Pero no sé trataba de él, sino de uno de los hermanos de Juan Pérez.
—¡Licenciada! ¿Cómo le va? —saludó el criminal, con un marcado acento norteño.
—¿Quién habla? —preguntó ella aterrada, aunque ya sabía quiénes eran.
—¿No se acuerda de nosotros, los Pérez? ¿Y de lo que le íbamos a hacer si ese desgraciado de Eleodoro salía libre?
—¡No fue mi culpa, los jueces estaban comprados! ¿Por qué no van y los matan a ellos?
—¿Pues qué no ve la televisión? ¡Esos ya son comida de gusanos!
—¿Entonces qué quieren?
—¿Qué nos puede ofrecer? ¿Cuánto vale su vida? ¿O la de su papá? ¿Y la de su primo, el jotito estirado?
—¡Sé donde está Eleodoro! —aseguró.
—También nosotros.
—¡¿Entonces?! ¡¿Por qué no van y lo matan?! —bramó exasperada.
—Porque usted lo dejó salir y usted nos lo tiene que entregar. Y ahorita le vamos a decir dónde.
—¡Está bien, pero no toquen a mi familia!
¡Claro que lo entregaría! Sobre todo, si eso significaba quitarlo de en medio de una buena vez. Entonces Nicolás y todo su dinero, serían solo para ella.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora