7. EMPATÍA

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Igual qué hacía cada mañana, Nicolás abrió la librería a las nueve en punto, aunque llegó una hora antes para checar los pendientes.

Mendívil era un hombre al que no le importaba mancharse las manos cuando había qué hacerlo y se puso a limpiar el suelo.

El libro de Ele se estaba vendiendo mucho, debido sobre todo, al morbo que despertaba en la gente qué la actriz hubiera sido asesinada en circunstancias tan misteriosas. Aunque si había un punto en el que muchos coincidían, era en que ella no pudo haber escrito algo así.

Lamentó qué esa enorme suma de dinero que se estaba acumulando en cuestión de regalías, no estuviera llegando a manos de su auténtico dueño.

No muy lejos de ahí, en un autoservicio, Gloria Huerta buscaba afanosamente los vasos de unicel para servirse café

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No muy lejos de ahí, en un autoservicio, Gloria Huerta buscaba afanosamente los vasos de unicel para servirse café. Su máquina se había arruinado y cómo muchos a esa hora, no funcionaba sin un poco de buena cafeína en su sistema. Cuándo por fin los encontró y se dispuso a sacarlo de la fila, pero unos dedos largos y delgados tocaron su mano buscando lo mismo.

—¡Perdón! —se disculpó asustado y la retiró de inmediato.

—No hay problema.

—Nunca creí que la encontraría por aquí ¿O me sigue vigilando?

—Solo vine por café, señor Sánchez —indicó—, como mucha gente.

—Era una broma —dijo pero sin sonreír—. Además se estaba desesperando porque ni lo dejaba pasar, ni sacaba el maldito vaso pronto.

Gloria hizo otro intento, pero estaba atascado y cuando lo apretó un poco más, fue que consiguió que saliera, pero roto.

—¡Con una chingada!

—Permítame ayudarle —sugirió Ele y ella se hizo a un lado.

Sánchez sacó el vaso roto y con un giro destrabó los que seguían para luego sacar un par, del cual le entregó uno a Huerta con una sincera sonrisa.

—Gracias —dijo y tomó el recipiente.

—No hay de qué —la miró unos segundos como si quisiera decir algo más, pero prefirió caminar a donde estaban los termos para llenar su vaso.

Gloria lo observó. Quería saber si se ponía nervioso, aunque a la que le temblaban un poco las manos después de ese encuentro, era a ella.

Ele sentía su mirada y se apresuró a terminar para ir a pagar a la caja y fue hasta entonces cuándo Huerta se aproximó para servirse el suyo.

De nada sirvió, se encontraron otra vez en la fila de la caja que ocupaba medio pasillo, aunque Ele estaba tres lugares delante de ella. Huerta irritada por la tardanza, miraba su reloj y Sánchez la miraba a ella desde el espejo de vigilancia.

Cuándo le tocó el turno, él le quitó la bebida de la mano y la pagó junto con la de él. Huerta, desconcertada, se acercó y lo vio molesta. Sánchez le entregó su café y sonriente le dijo:

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora