Especial de Navidad.

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Un año antes.

Michele.

Termino de preparar el chocolate caliente mientras escucho a Vicky hacer su mejor versión de cantante. Mientras sirvo la bebida caliente en una taza —esta vez, la del bastón de caramelo—, miro como rodea el árbol que adorna la sala, saltando alrededor mientras no para de cantar. Su sonrisa se dirige hacia mí, y ver que le hace falta un diente, me llena de suma ternura.

—Entonces... ¿Santa no existe? —Me siento junto a ella, dándole una de las tazas con mucho cuidado. Mientras soplo mi bebida, alzo una ceja con cuestionamiento.

—¿Por qué lo dices?

—Lo escuché en el ascensor. Los niños mayores lo comentaban —se cruza de brazos, con un mohín—. Dicen que Santa no existe, y que si existiera, omitiría las casas que no tengan chimenea. —Su disgusto parece aumentar, cuando fija su atención en la de tipo eléctrica que se encuentra en la pared—. Tenemos esto, pero no parece ser suficiente para Santa. Además, que esté prendida, le hará quemar todos los regalos, ¡todos! ¿No te parecen más fáciles las ventanas, papá?

Sonrío, viendo como arruga aún más el morro, mirando el ventanal sin salida ni entrada. Enfurruñada, toma su taza de café, soplando para colocarlo en una temperatura aceptable.

—He decidido que Santa no existe —alega, sacudiendo su cabeza—. Nunca lo he visto, no puedo creer en algo que no he visto.

—¿Eso indica que no crees en Dios?

—Papá, Dios es diferente —rueda los ojos, como si fuera obvio—. Lo mismo es con el hada de los dientes—. ¿Lo ves? —Señala su boca—, se lo llevó y me dejó monedas y caramelo.

—Pero Santa suele dejar regalos —insisto, bebiendo un poco.

—Quizás a los otros, pero a mí no me ha dejado nada.

Vuelve su atención al arbolito, que es más desastroso de lo que debería. Un reguero de luces, un montón de lazos y notas de buenos deseos, escritas con crayón y pésima caligrafía. Eso, y que la parte que da contra la pared, no tiene ningún arreglo en lo absoluto. Aún así, Vicky parece lo suficientemente orgullosa de ello.

—También tengo el presentimiento de que tú eres quién me da los regalos —musita, apretando su manta en la mano—. Y eso sería bueno.

La dulzura me invade ante su último comentario.

—Yo tampoco he recibido muchos regalos, últimamente —bromeo, lo que la hace reír—. Estamos en la lista de los niños mal portados.

Mi hija bufa, y es un bufido tan dramático, que me hace reír a carcajadas.

—Que se quede con sus regalos. Tampoco los quería.

—¿Y un regalo mío?

Sus ojitos brillan, mientras asiente con la cabeza airadamente.

—Los de papi son los mejores.

Sin dejar de reír, estiro un brazo para tomar una de las tantas cajas de debajo del árbol. Nuestra tradición, es abrir un regalo a partir de hoy, hasta el año nuevo. Aunque los regalos que recibo se basan siempre de notas de cariño y dibujos con mucha brillantina, puedo decir que las guardo con sumo cariño en una carpeta.

Si bien es cierto que ser padre soltero no es cosa fácil, tampoco podría decir que es imposible. Distribuir mi tiempo entre el trabajo y darle el amor suficiente a mi hija, suele ser una tarea que requiere bastante energía. Si que me encantaría ser más eficiente que nunca, pero soy consciente de que soy humano, y tengo un límite para todo. Aunque quisiera, por más que sea, ser suficiente para Vicky, soy consciente de que no alcanzo a ese punto.

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora