Capítulo 11

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Martha se ha ido en el otro auto, con Michele, justificándose con el hecho de que no iba a hacer de velero. También, diciendo que era para que cierto personaje no huyera, y fuera a comer con nosotros sin ninguna escapatoria. Por otro lado, me ha tocado venirme con Marcy, que me cuenta qué tal va todo en su relación, y lo feliz que está de su embarazada esposa que espera su segundo hijo. Me alegra verlo tan vivaz mientras me cuenta como le está yendo en Nueva York, y que se quedará un tiempo acá, para pasar las navidades y año nuevo, con su familia. Me explica que se irá en Reyes, y que no volverá hasta el cumpleaños de su madre —que es en abril—, porque la empresa de software en la que trabaja lo consume.

Según él, todo va muy bien, y me alegra saber que su vida vaya viento en popa después de todos los problemas que enfrentó en el pasado.

Al llegar al restaurant, me doy cuenta de que Michele y Martha ya ocupan una mesa, la más cercana a las vistas de la playa, y yo suelto un hondo suspiro. Mis manos sudan, y, cuando Marcy toma una de ellas y me lo hace saber, quiero tirarlo por la orilla para que el mar se lo lleve. Su carcajada es tan fuerte, que la atención de varios comensales cae en nosotros, algunos mirándonos como una joven pareja feliz, otros, como si fuéramos mala influencia para la sociedad.

Al ubicarnos en la mesa, ni siquiera miro a Michele, a pesar de que en cada momento siento sus oscuros ojos puestos en mí. Me siento medio tonta a medida que pasa el tiempo, pero la paso bien con mis amigos hasta que llega la comida. Michele no comenta mucho, se limita a comer en silencio sin dejar sus ojos fuera de mis movimientos, y me vuelvo un mar de torpeza y nervios, al tener su atención tan puesta en mí.

—Eh, nena —me giro hacia Marcy, que coloca sus cubiertos sobre la mesa, y toma la servilleta. Con toda la confianza del mundo, me lo pasa por el labio inferior, limpiando la salsa. Con los colores por todo mi rostro, alejo la cabeza de su mano, mientras lo escucho soltar una carcajada sin contención.

—Oye, Marcy, ¿qué...?

—Cariño, tenías sobra de comida —me responde, dándole un sorbo a su copa de vino, guiñándome un ojo—, siempre te manchas, o alguna cosa parecida.

—¡Era mi boca! —Respondo, él sonríe—. No... no era ne...necesario que me limpiaras... ahí.

Martha suelta una carcajada comprimida, limpiando su boca con una servilleta. La miro mal, antes de volver mis ojos en Michele, que observa a detalle a Marcy. Confundida, lo miro con el ceño fruncido, y su atención vuelve a mí. Me mira en silencio, antes de enderezar su espalda y beber un trago de vino.

—Marcy, ¿cierto? —Dice, el susodicho asiente—. ¿A qué te dedicas?

—Trabajo en una compañía de software —informa, cortando su salmón luego de haberle exprimido un poco de lima—. Ayudamos a grandes compañías de Marketing.

—Eso me parece bien —comenta, con una sonrisa suave. Lo miro en silencio, para luego volver a mirar a mi mejor amiga. Discretamente, ella encoge sus hombros sin entender tampoco.

—Oye, Martha —interrumpo, colocándome de pie— ¿Me acompañas al tocador?

—Sí, vamos.

Una vez hemos efectuado nuestra huida, me siento en el banco disponible en el baño, para respirar tranquila, mientras, la morena ocupa uno de los cubículos y suelta una carcajada.

—Vaya hombre —dice, medio gritando desde el interior—. Está celoso, lo veo, pero es tan sexy que se comporte de esa manera, en vez de que esté volteando mesas y orinándote encima. Sus celosos son tan divinos; como si se preocupara.

—Eso es lo que me resulta más raro de todo —suspiro, apretando mi frente contra mis manos—. Me gustaría entender, pero por más que trato, me resulta difícil. Es absurdo.

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora