Capítulo 8

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Permito que me amarren las muñecas en un nudo especializado, y peguen una cinta adhesiva en mis labios, con el plan para la siguiente escena. Ya Patricia ha sido secuestrada, y ahora viene el escenario de compra y venta de todas las chicas. Hay varias a mi alrededor, y otras revoloteando alrededor de Michele, venerándole como si fuera algún Dios o una creación del mismo, tan escasa y perfecta.

Bufo, vaya fanfarrón. Como si los humanos, todos por igual, no fueran parte de su creación.

—¿Está bien así?

Asiento al chico que preparaba mis amarres, y permito que la maquilladora retoque el moretón bien hecho en la comisura de mi ceja y en el pómulo. Una lucha dejó estas consecuencias, junto a un triste e hinchado labio roto.

Pobre Patricia.

Me siento sobre la silla, preparada para la acción, mientras que las otras chicas hacen lo mismo. Son preparadas con rapidez en los últimos detalles, así que me relajo un rato. Deseo leer mi libreto, pero los nudos en mis muñecas no me dan mucha movilidad.

Veo a Michele caminar con paso firme a unos metros, y creo que mis piernas tiemblan. Casi en todas las escenas suele vestir elegante, pero esa camisa blanca y esos pantalones hechos a la medida, parecen quedarle como debían desde un principio.

¿Por qué tiene que hacerme esto tan difícil al estar tan bueno?

Estamos a mediados de la semana, y él ha actuado cómo si nada a mi alrededor. No me respondió en el momento en que pregunté por su hija —la cuál apenas y pude ver en una foto junto a él, en su cuenta de Instagram— y nada más. Tampoco ha hecho como si me conociera en el gimnasio, y siento que me está empujando a que busque de él de alguna manera. Pero, bien dicen que esto no puede jugarlo uno solo, así que me siento tentada a seguir su juego.

Está el hecho, también, de que no hemos compartido escenas juntos, pero pronto, vendrá el reencuentro.

Cuando Lara cuestiona si todo está listo para la escena, me preparo mentalmente para las escenas a continuación. Sé que debo luchar otro poco, más cuando me desvistan y me dejen en ropa interior para esta escena. Así que no dejo de decirme que todo irá bien, y así será.

Empezamos a grabar y todo ocurre como debería, me desvisten a la fuerza y me dejan vistiendo sujetador y bragas de color azul cielo. Mi piel se eriza por el frío, y más cuando una mirada en específico se centra en mí.

Me llevan al frente, me dirigen por un pasillo —la cámara siguiéndonos y grabando los distintos escenarios— hasta que finalmente me hacen subir a una tarima. Un hombre sin importancia, me presenta, dice unas tantas cosas obscenas de mi cuerpo, y a pesar de que todo es actuado, deseo taparme.

—Su nombre es Patricia —Dice, en voz baja—, un ángel hecho de seda, su piel es tan suave, que vale un alto precio en el mercado. ¿Quién ofrece esta noche, caballeros?

Las personas empiezan a lanzar cifras al azar, hasta que Michele entra en escena, diciendo, en voz baja, una cantidad exagerada. Sus ojos oscuros recorren cada centímetro de mi piel, y, después del beso que nos dimos, quizás lo haga con cierto placer propio.

Quizás esa mirada que me da, ha sido más personal.

Avergonzada, con las manos amoratadas, cubro mi estómago y desvío los ojos. Finjo mis ojos llenos de lágrimas, recordando el momento en que mi madre y mi padre me dejaron, y bufo. Michele se sube al escenario, tomando mi brazo. Sus ojos en los míos llorosos. Su ceño se frunce, justo a tiempo en el que se anuncia el corte de la escena.

Una asistente se acerca hasta mí, con una bata, y procede a soltar el nudo en mis manos. Michele, sin que nadie se lo pida, me quita el pedazo de cinta de la boca, y luego de retirarlo, me acaricia apenas el labio antes de separarse.

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora