Capítulo 25

2.2K 261 122
                                    

La tensión en el ambiente no es fácil de disimular en lo absoluto. Se siente espesa y parece comprimirnos de manera inexplicable. No tanto porque Michele y Víctor compartan oxígeno, sino porque Bárbara —la mujer que lleva el caso de Max—, está frente a mí con una hoja de papel que podría arruinarlo todo. Que podría desmoronar mi mundo en cuestión de nada.

Nunca había sentido algo como esto en la vida; esta sensación de ahogo inexplicable, que no hace más que apretar el nudo en mi garganta, sintiendo pesada la lengua para decir algo coherente. Simplemente no logro sentir algo más, mientras ella, con el rostro frustrado, se sienta a mi lado para sobar mis hombros.

—De verdad, lo siento mucho, Thais —musita, sin dejar de sobar—. Quisiera poder hacer algo más...

—Por favor, basta. —Sacudo la cabeza, poniéndome de pie—, no quiero.

Bárbara mira a mi abogado, que sacude la cabeza de forma negativa.

—Entiendo que no quieras aceptarlo, Thais. Pero el juez pidió estrictamente, que te mantengas alejada del niño —reitera, y las palabras no dejan de doler—. Después de lo ocurrido anoche... no podemos darnos el lujo de que te quedes con él de vez en cuando. No a menos que ganes su custodia; no a menos que ganes el caso y puedas cuidarlo como es debido.

—No quiero.

—Tienes que aceptarlo —se lamenta, con voz suave—: pero no tendrás más contacto con Max, hasta que no ganes el caso. Esto es más fuerte, Thais.

—Yo no sabía que ellos iban a venir —suelto, apretando los puños—. Yo no sabía que ellos iban a querer lastimar o invadir mi propiedad.

—Eso no es lo que realmente quiere estipular el juez —alega, y, que lo defienda tanto, me irrita en sobremanera; aún si está haciendo su trabajo, no entiende nada—. No estabas en medio del atentado, cuando se dejó al menor a tu cuidado. Eso no nos garantiza...

—Sólo salí un momento —mis manos tiemblan—, ¡sólo fueron dos horas!

—El juez no lo toma de esa manera, no cuando tu salida fue recreativa. De verdad, Thais, no quiero ser la mala... —Suspira hondo—, pero tenemos que llevarnos a Max con nosotros. Por estas razones se evita el contacto entre adulto y niño, porque crean un lazo. Suficiente daño vas a causarle. Por favor.

—No quiero que se lo lleven —empiezo, queriendo acercarme hasta la habitación en dónde Max está esperando—. No tiene por qué ser así, puede ser diferente. Puede... por favor, no.

Martha logra tomarme del brazo, mientras el abogado va hasta la habitación en compañía de Víctor. Mis emociones se desequilibran, cuando mi niño sale con la quijada tensa. Me mira, en silencio, cuando me permiten acercarme por fin. Sonrío temblorosa, mientras lo miro directamente a los ojos. Ese bonito azul brilla con lágrimas, y un nudo me absorbe como nunca en la vida.

—¿Qué sucede? —Cuestiona, en voz baja. No respondo. Me limito a acariciar sus mejillas con todo el amor del mundo—, ¿mami?

Entonces, me desmorono.

—Te amo, pequeño —beso su frente, abrazándolo—, no lo olvides nunca.

—¿Por qué te despides?

—Thais —escucho, pero no quiero alejarme—, ya es tiempo.

—¡No! —Max se aleja del agarre del hombre, mirándolo como perro furioso. Avanza hasta mí, pero es alzado y alejado. Un sollozo me rompe el alma, al ver como sus ojitos dejan ir lágrimas. Se sacude, patalea, e intenta llegar a mí. Yo quiero llegar a él, de verdad quiero estar con él—. ¡Mamá! ¡Thais! —Martha me sujeta, impidiendo que me acerque. Él sigue con su lucha, pataleando mientras lo llevan a la puerta—. ¡No! ¡Dijiste que no me dejarías, lo prometiste! ¡Eres una mentirosa! —Llora—, ¡no me amas nada! ¡mentirosa, mentirosa! ¡Eres igual a ella; me dices que me amas, pero sólo mientes!

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora