Capítulo 31

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Les recuerdo que Adán apareció en el capítulo en dónde "medio secuestran" a Thais; la vez del Uber y Bob, el dueño del bar.

La puerta permanece abierta, mientras Adán aguarda en silencio, a la espera de que baje del vehículo. Mis manos, aún sobre el volante, se aprietan con fuerza; el deseo de supervivencia, de pasarles por encima, vuelve a relucir en mi mente.

Ganas no me faltan, sin embargo, la presencia de Adán me causa... nervios. Está ahí, sin decir nada, sin dejar de mirarme; sin dejar de esperar a que baje del auto, de ser posible, con las manos en alto. La pareja frente a mí aguarda en silencio, pero la desconocida sonríe de par en par, y alza el arma en mi dirección una vez más.

Suelto un suspiro profundo, muy profundo. La decisión reluce en mi mente antes de hacerlo, y, cuando estoy a punto de ejecutar mi acción, un cañón frío se posa sobre mi sien. Miro de reojo, mientras Adán presiona su arma contra mi cabeza.

—Baja —me pide, muy diferente al encuentro que tuvimos la última vez—. Baja lentamente, con las manos detrás de la cabeza.

Le doy una mala mirada, conteniendo la palabrota en la punta de mi lengua. Los ojos me van de un lado al otro, observando el perímetro con detenimiento. Sólo somos únicamente nosotros cuatro en ése callejón oscuro. Dos desconocidos y uno sólo conocido por su nombre.

Cuando me enderezo fuera del auto, Adán me obliga a dar un paso al frente, en un empujón tan brusco, que casi me manda al suelo. Mis ojos se fijan el la chica, que no deja de lamerse los labios, como si esto fuera excitante para ella. Sin dejar de mirarme, juega con el otro hombre que la acompaña, lamiendo de tanto en tanto, el cuello de él.

—Veamos, linda —comenta, sacudiendo su arma en mi dirección—, ok, poca cosa, ¿por qué no le haces caso a las advertencias? Mi hermana y yo nos hemos cansada de este absurdo juego. —Chasquea la lengua—, no logro comprender tu nivel de inmadurez, de supervivencia. —Parpadea hacia mí, en un gesto que pretende ser forzado—. Si alguien —menea el arma hacia mí—, te amenaza, lo correcto es huir. —Da un paso hacia mí, sin dejar de chasquea la lengua. Su gesto me recuerda al de una serpiente—. Pero ya es muy tarde. ¿Lo sabes, linda?

El otro chico da un paso, sujetándola del brazo. Ella lo mira de refilón, retadora, pero no logra más que provocar que el agarre se apriete aún más. Suelta un gemido, pero más que por el dolor, parece una mezcla extraña de placer. Luego, suelta una carcajada maniática.

Intento ocultar los nervios que me provoca verme en medio de esta situación, de lo más rara, apretando un poco el cabello de mi nuca.

Motivos me bastan y sobran, para suponer que Michele es la razón por la que me encuentro en medio de dos armas, que, con un simple movimiento, podrían acabar con mi vida. Sólo sería provocarlos, y tendría una bala puesta en la nuca y la otra en la frente.

—¿No hablas? —Arruga los labios—. Vamos, di algo, querida Thais.

Alzo el mentón. Ella sólo sonríe.

—Como sea —se separa de mí, dándome la espalda para caminar hacia el hombre del otro lado. El callejón oscuro apenas y se ilumina por las luces del auto, pero logro escuchar las ratas removiendo la basura puesta en los contenedores. Quizás y hasta dejen mi cuerpo en uno de ellos.

La pareja avanza hasta el otro lado, justo en el momento en el que siento que el cañón ya no se reposa contra mi nuca. Apenas y miro de reojo, cuando Adán me pide que guarde silencio. Mi ceño se arruga, y estoy por decir algo más, cuando él apunta y luego dispara.

No a mí, para mi buena suerte —o mala, porque desconozco sus intenciones—, pero sí a la pareja que caminaba con actitud despreocupada. Cuando la chica hace el intento de girarse, Adán le dispara en la frente. Ambos en el suelo, muertos, con un charco de sangre rodeándolos.

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora