Epílogo

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El hombre que se servía un trago en el vaso cuadrado, era el mismo que, con un simple chasquido de dedos, podría obtener todo lo que quisiera. Sin embargo, aunque la impaciencia invadía cada parte de su ser, sabía que tenía que esperar... después de todo, ha sido así desde un principio. Nada podría cambiar dicha idea en lo absoluto, ni siquiera la foto de su mujer, que sonreía con hermosa ternura. Fue, es y siempre sería, la única capaz de cautivarlo con una sola mirada.

Lástima que esa mirada, no fue suficiente el día que la mató, junto a su amante.

Tomó un hondo trago, queriendo pasar el sin sabor que se ocasionaba cada que pensaba en ella. No se merecía ni el más mínimo pensamiento, y aún así...

Tres toques en la puerta distrajeron su atención, logrando así fijarse en ese punto. La madera fue empujada, dando paso a tan hermosa mujer de curvas pronunciadas, de pechos rellenos y labios que, con facilidad, podrían hacerle una chupada, y no deja caer ni una mísera gota fuera de su boca. Sonrió complacido cuando la vio caminando hacia él, ubicándose sobre sus piernas y enrollando sus brazos alrededor de su cuello, besando su mentón.

—Quiero jugar.

—A tu padre no le gustaría para nada que quisieras hacer algo como eso.

La mujer frunció el ceño, sin querer desistir en lo más mínimo. Lo quería ahora, lo quería para ya.

—Vamos, cariño. Al menos deja que te la chupe. —Humedeció sus labios con su lengua, traviesa—. No voy a morder esta vez.

Se movió sobre él, balanceado las caderas, aferrándose al respaldar de la silla.

—Disculpe, señor. —Detuvo a la mujer, que insistía en quitarle el broche que sujetaba sus pantalones. Volvió la mirada a la puerta, donde uno de sus súbditos abordaba con las manos entrelazadas—. El señor ha llegado, y desea hablar con usted.

—Hazlo pasar.

Una vez retirado, la mujer bufó, enderezándose y acomodando su vestido. A su padre no le gustaría para nada que ella estuviera allí, pero le importaba un reverendo pepino lo que dijera de su presencia. Los pasos no se hicieron esperar mucho tiempo, porque en cuestión de nada, la puerta era cruzada por su compañero de lucha. Los hombros anchos y la espada recta, con el cabello entrecano y la mirada dura, sin una pizca de moral, sentimiento, o algo que le hiciera flaquear el gatillo de un arma antes de disparar. Era un hombre que, con sólo escuchar su nombre, generaba pánico.

—Bienvenido a mi casa, hermano mío.

—Gracias por recibirme en tu morada, Santana. —Saludó, mirando de muy mala manera a su hija, que sacudía su cabello sin importancia.

—¿A qué te debo el honor?

—Como sabrás, nuestras familias han tenido tratos de años —empezó, tan directo como siempre—, y voy a pedir tu apoyo a partir de ahora.

—¿Con qué?

—Michele —el nombre sonó duro en sus labios—. Quiero que lo mates.

El ambiente se puso tenso. Enderezó la espalda en su asiento, moviendo la cabeza de un lado al otro. Le provocó prepararse un porro, algo fuerte; algo que no le hiciera pensar mucho. El nombre hizo eco en su cabeza, sin dejar de sonreír.

—¿Por qué mataría al que se ganó el título de hijo?

—Sabes muy bien que ni siquiera es mi hijo —escupió, con asco—. No tuvo las bolas para tomar la cabeza luego de ser recibido aquí.

Negó, escuchando como el hombre vociferaba con rabia.

—¿Por qué no vas tú solo? No es como si realmente necesitarás de mi ayuda —Dijo—. Si tanto te estorba, puedes contratar a alguien para que le meta un tiro, y ya está. No entiendo por qué siempre sueles complicarte la vida, Adrián. No es la gran cosa, sólo un bastardo.

—Si entendieras...

—No. Si tú tuvieras los cojones —le corrigió, acercándose hasta él—. ¿Por qué no tomas de una vez el mando cómo se debe? ¿Tanto miedo le tienes? No es como si Michele fuera de real importancia. Tan sólo es un imbécil que se escuda con una faceta de mierda, entonces, ¿por qué es siempre difícil para ti?

No hubo respuesta. Santana sonrió.

—Si quieres su cabeza, sabes cuál es el precio.

—Toma a mi hija —Exclamó, señalando a la mujer que se encontraba del otro lado de la sala. El hombre negó, sonriendo—. Vamos, Santana. Tu precio es demasiado elevado para sólo meterle un tiro.

—Soy un sicario exigente. —Se acercó hasta su silla, volviendo a tomar su trono como si fuera un rey—. No voy a matar a un bastardo por unas cuántas lochas, o por tu simple hija que se ofrece a cualquiera. Que ni siquiera supo hacer su trabajo bien.

—Imbécil. —La escuchó replicar.

—¿Me lo vas a negar, Angelina? —Se volcó a la mujer, que sacudía el pie con impaciencia—. Saliste embarazada mientras intentabas hacerte espacio en su cama, le tuviste una hija por una infidelidad, y revelaste tus intenciones desde el primer momento. Ahora sabe que le respiramos en el cuello, y puede joder todo. O él nos jode, o lo jodemos; yo no quiero que me joda.

—Es un cobarde —Secundó ella, con fastidio—. No es mi culpa que todo se fuera a la mierda.

—Sí lo fue.

—¡Al diablo si lo fue o no! —Explotó, hastiada—. El punto aquí es que podemos tomarlo por la niña...

—O por la novia.

Santana volcó los ojos sobre Adrián, que hurgaba algo en su chaqueta, con rapidez. De ella sacó un sobre manila, que estaba engordado por su contenido. Vació todo sobre la mesa, mostrando un montón de fotos de una hermosa joven. Piel nívea, labios rosas y cabello chocolate. Delicada, tierna...

—¿Se consiguió una perra? —Explotó Angelina, acercándose a tomar una de las tantas fotos. Los celos brillaron en sus ojos, con clara irritación, por supuesto—. Es patética.

—No tanto como tú, Angelina.

La escuchó crisparse.

—Sé que es importante para él —explicó Adrián, tomando una de las tantas fotos, en la que ambos caminaban por la calle—. Se conocieron en el proyecto que inició; es actriz.

—Podría servirnos.

—La traes, la mato —Amenazó la víbora, con rabia.

La ignoró—, ¿podría ser su punto débil?

—No realmente, no lo sé con exactitud. —Era una lastima—. Lo que sí sé, es que es nieta del señor Grounie, podríamos tomar dinero a favor sí la secuestramos.

—Adrián, piensa con la cabeza, no con el culo, por favor —espetó el hombre, enderezando los hombros—. Si nos enfrentamos contra Pablo, sus nexos con la mafia Italiana, nos colgarán de las bolas.

—Pero...

—Eres imbécil si crees que me voy a meter con una Grounie. Mucho menos, cuando es su única nieta. —Lamió sus labios, como si probara el sabor de su sangre ya—. Ganas no me faltarían, claro está. Ése viejo ha vivido mucho. Más de lo necesario.

—Somos miembros de la mafia, podríamos cargárnoslo.

—¿En su territorio? —Se burló—. Puedo apostarte mis bolas, a que Michele está con ella por protección propia; después de todo, no es un imbécil, realmente.

Enderezó los hombros, sin dejar de mirar a la hermosa mujer de la foto.

—Esto es lo que haremos, Adrián —lo señaló, con el ceño fruncido—, sólo espero que no falles esta vez.

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora