Capítulo 17

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Michele mantiene a Vicky sobre su regazo, mientras hace el intento de sujetar su cabello desordenado. Es divertido verlo como se ha complicado en una tarea tan simple como esa, pero mirarlo con su bebé sobre sus piernas, jugando con una manta color rosa, remueve nuevas emociones en mí. Quizás, desde que entré, hemos estado cinco minutos en silencio, pero mis ojos sólo aprecian el mal nudo que le hace, para terminar deshaciéndolo. Sus manos caen a los lados, mirando a la pequeña niña rubia.

—¿No habría problema si te ayudo? —Cuestiono, sentada sobre mis piernas, muy cerca de él. Michele mira a su hija, que me observa parpadeando.

—Por favor —me arrastro un poco, quedando a una distancia prudente. Aún así, puedo sentir la loción que siempre lleva encima, y me contengo para no soltar un hondo suspiro. Le sonrío a la niña, que me observa con atención—, Victoria, ella es Thais, ¿Titi, sí? Quiere tomar tu bonito cabello y hacer algo decente con él, porque... —suelta una risita la niña lo imita y mi corazón se infla— tu padre no sabe hacer eso. ¿Está bien?

A...já.

Lamo mi labio, tomando todo de mí para mantener la calma. No soy buena con los niños, sinceramente; me gustan, pero nunca he funcionado muy bien con ellos. Además, tampoco es que he estado rodeada de ellos.

—Vicky, es un bonito cabello —Musito, sintiendo las hebras en mi mano. Es suave, delgado y extremadamente liso—. ¿Te gustaría dos coletas? —Llevo mis manos a mi cabello suelto, para intentar hacer semejanza sobre lo que quiero mostrarle. Ella parpadea—, ¿una trenza? —parpadea, una vez más, y siento que los nervios están ganado terreno—. ¿Suelto?

—No —su voz infantil suena, y nunca me había visto tan intimidada de esta forma—, así. Pimedo.

—Primero —me traduce Michele, al ver mi ceño fruncido. Me sorprende un poco que siquiera sepa algo como eso—. Creo que le gusta la idea de tus moñitos.

—¿Tienes coletas?

Michele se estira hasta una mochila rosa, jalándola hacia él. De ella saca unas colitas de gomas, y me las pasa. Me preparo para la acción, y vuelvo a tomar el cabello de la pequeña, que juega con su manta en silencio. Todos permanecemos callados, hasta que finalmente termino. Escucho a Michele soltar una risita, y yo reprimo la mía.

Quedó horrible; una está más alta que la otra, la línea que separa su cabello está torcida, y muchos mechones de pelo se le escapan. Aún así, ella sacude su cabeza, de un lado al otro, para mover su cabello. Su risa es hermosa, y cuando veo como Michele se inclina hacia ella, y besa su frente, me desarma. Aún con su boca sobre ella, me mira.

—¿Qué se le dice a Titi, cariño?

Gacias.

—Exacto, gracias. —Me da una suave sonrisa—, gracias.

—Un placer.

Michele toma el bolso una vez más, hasta sacar una taza y dársela a la pequeña. Ella suelta una carcajada histérica, al ver que son pastelitos de chocolate. Cuando comienza a comer una vez más, volvemos a quedar en silencio. Mis nervios hacen que mis manos suden, pero me contengo de volver a mirarlo.

—¿Por qué está aquí? Digo, ¿quién la cuida?

Mi intento de conversación es un asco, aún así, es un inicio.

—Mi hermana, salió a comprar unas cosas. —Dice—, justo estaba intentando sujetar su cabello cuando llegaste —la indirecta resulta demasiado obvia, como para ignorarla—. Supongo que no has venido por eso.

—Yo... —muerdo mi labio—, te debo una disculpa.

—¿Por qué?

Me remuevo, incómoda.

A puertas cerradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora