El capitán y sus hombres fueron guiados dentro de la residencia real teniendo como guía a aquel sirviente que, en parte, era el culpable del porqué ellos estubieran recorriendo los pasillos del palacio. Pasaron por una infinidad de salas, vieron grandes tapices en las paredes elaborados con temas de incendios, imágenes y molduras alusivas a la cultura de su nación. La calidad de los pisos, el diseño de las columnas, incluso las mismas paredes demostraban un grado de detalle impresionante que opacaba por completo a todos los edificios que conformaban la ciudad.
El joven militar seguía manteniendo una expresión de indiferencia mientras que su mirada no paraba de posarse en todo cuanto lo rodeaba. Sus hombres en cambio estaban claramente imprecionados, ya que pese a que sus rostros no se podían ver debido a sus cascos de calavera, no paraban de susurrarse entre ellos lo grande y magnífico que era el palacio por dentro. A su superior no le importaba que hicieran eso. Para el anochecer ellos ya estarían en mar abierto a miles de kilómetros de la ciudad capital por lo que los dejo disfrutar de aquel momento sin interrumpirlos.
Entonces se cruzaron con un grupo de maestros fuego heridos, con partes de sus armaduras algo quemadas y hasta había algunos que usaban muletas improvisadas. El joven capitán no entendía que estaba pasando ni por que había tantos heridos dentro del edificio más importante y custodiado de la nación del fuego, no tenía sentido. Luego vio a otro grupo en un estado idéntico salir de una sala a la que, una vez que estuvieron en frente de esta, su guía les indico que entraran.
La habitación resulto ser algo grande y era casi en su totalidad de color negro. Los tapices rojos con el símbolo inconfundible de la nación del fuego colgados en las paredes, las bases amarillas de las columnas y unas líneas dibujadas con el mismo color en el centro del lugar resaltaban tanto que eran imposible de no notar.
El unico que no se vio curioso por todo aquello fue nuestro capitán, ya que su interés se había fijado unicamente en las personas que estaban utilizando la sala en cuestión. Ambos individuos se encontraban combatiendo utilizando fuego control. Pero uno de ellos claramente tenía la ventaja sobre su adversario y era obvio que su victoria estaba asegurada.La luz de sus llamas azules resplandecía con una enorme fuerza mientras que sus movimientos eran rápidos y certeros, no había un solo margen de error en su estilo de pelea. Por otro lado su contrincante se mostraba errático y en pánico al ser incapaz de poder responder ante tales ataques. Al final termino siendo despedido por una poderosa ráfaga que lo hizo estrellarse contra una de las columnas. El combatiente victorioso mostró una pequeña sonrisa para después observar al joven capitán junto a sus hombres.
Su piel era pálida, sus ojos eran de un color dorado muy destacable y su cabello atado tenía un ligero adorno que demostraba su rango social: Una llama dorada de tres puntas. Sumándole eso al hecho de que su figura era claramente la de una chica vestida con ropajes rojisos, tipicos de la nación del fuego, quedo claro para nuestro protagonista que estaba ante la princesa Azula. Al recordar a todos aquellos heridos saliendo de la habitación en la que acababa de entrar se dio cuenta de cuál era su propósito allí.
Serró los ojos por un momento y suspiro. Sabía que todo aquello no iba a terminar bien para él.
—A-Aquí le traigo más compañeros de entrenamiento princesa —dijo el sirviente.
¿Compañeros de entrenamiento? A lo mucho no eran más que carne de cañón, fácil de usar y de desechar. Puede que algunos ingenuos, que jamas habían estado siquiera a unos pares de metros de las princesa, creyeran que ayudar con el entrenamiento de la famosa prodigio era un gran honor. Talvez incluso un privilegio. Pero tras ver como quedaron sus anteriores "compañeros" las palabras mismas desaparecieron. Por desgracia, el marino no podía negarse a cualquier petición que le hiciera. Era la hija de Ozai al fin y al cabo.
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Avatar: El Dragón Sin Llamas
De TodoEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...