Asedio

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Takeda observaba fijamente pequeñas piezas con el símbolo de la Nación del Fuego, junto a una del Reino Tierra, hubicadas en el centro de un gran mapa. Estaba puesto sobre una mesa que tenia frente a el y tras unos breves segundos decidió salir de la tienda en la que se encontraba.

—Señor, ya está todo listo. Solo esperamos su orden —Dijo su teniente quien fue la primera persona con la que se encontró apenas puso un pie a fuera.

El joven capitán podía notar como todos sus hombres estaban listos en formación, a la espera de que su líder les digiera que hacer. Se hallaban divididos en dos grupos de cuatro hileras, portando lanzas y dejando el espacio suficiente para que hubiera un camino que atravesara todo el campamento.

El plan ya se había formulado, todos ya sabían lo que tenían que hacer y solo faltaba que se pusieran manos a la obra: era el momento de atacar.

Takeda se tomó unos breves segundos, los cuales uso para ver a sus tropas, y luego se dirigió a su segundo al mando que, al igual que los demás, esperaba sus órdenes.

—¿Los arqueros Yuyan están en posición?

—Si señor.

—¿Y los barriles?

—Preparados, señor.

—Bien. En silencio, como planeamos.

Acto seguido el teniente hizo un par de señas y todos los hombres dieron media vuelta para salir del campamento. Su líder, por otra parte, se tomó otro par de segundos, para esta vez, admirar las innumerables estrellas que comenzaban a desaparecer mientras el cielo se tornaba celeste y la luz del sol se hacía visible.

Pese a lo que estaba a punto de suceder, la batalla que estaba por librar, él no se mostraba con miedo o duda, sino todo lo contrario. Tenía una expresión seria y dura que emanaba un aire de autoridad, perfecta para la ocasión. Sus nuevos soldados veían esto con algo de alivio, ya que al ser tan joven era inevitable preguntarse si de verdad se podía confiar en su liderazgo o en como actuaría una vez que todo iniciara. Era seguro que más de uno estaba en total desacuerdo con que un niño fuera quien los dirigiera a la batalla, pero al mostrarse tan determinado y no demostrar ni una sola pizca de duda o miedo las preocupaciones de la mayoría se reducían considerablemente. Pero todavía seguía allí. La incertidumbre de no saber si la persona que estaban siguiendo los guiaba a una victoria o una muerte segura.

Ah él nada de eso le importaba. Su único pensamiento, la única cosa que llenaba su mente en ese preciso momento eran los maestros tierra. Uno en su posición tal vez se estaría preguntando por el número exacto que podría haber o si serian tan fuertes y experimentados como Shinu le había dicho más ese no era el caso de Takeda. ¿A cuántos lograría matar? ¿A cuántos les permitiría vivir? ¿Sería prudente dejar siquiera alguno? Eran las preguntas que se formulaba a sí mismo.

Esas personas no dudarían en matarlo a él o a cualquiera de sus hombres, estaba seguro de ello. Los muy malditos no veían diferencia alguna entre un soldado armado y una mujer inocente mientras fueran parte de la Nación del Fuego. Tener piedad de tu enemigo era algo insensato, estúpido, un error que solo un ingenuo cometería y Takeda no lo era. De ser necesario no le resultaría ningún problema matar a cada uno de esos miserables, las cosas serian mucho más fáciles de ese modo. Pero él no se había ofrecido para esa tarea solo porque deseara erradicar a unos insignificantes maestros tierra. Claro que no.

Avatar: El Dragón Sin LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora