Pocos días después de la derrota de Quan en la última batalla, las noticias del fallido intento de invasión a la ciudad capital de la Nación del Fuego por parte del Avatar llegaron a oídos de Bujing y de sus hombres. Sumando la reciente toma de Ba Sing Se con el cercano día del cometa Sozin, la moral ascendió a niveles gigantescos. Confiados, muchos ya daban por ganada la guerra y hablaban de lo que harían una vez regresaran a casa con sus familias. Muy pocos se mantenían escépticos ante las tan favorables tornas del conflicto, y a medida que los días pasaban, la creencia de una victoria absoluta sobre sus enemigos cobraba más fuerza entre todos aquellos que vivían bajo el reinado de Ozai. Pero a Takeda, poco y nada le importaba todo eso.
Frustrado por ser obligado a separarse del ejército principal para cumplir con una tarea que nunca pidió o quiso, ni se molestaba en ocultar lo que sentía. Siempre se le vía enojado, se volvió más estricto, llegando incluso a reprender con una rudeza innecesaria a algunos de sus soldados. Tanto Shao como Mao supieron que algo le pasaba, e intentaron en repetidas ocasiones hacerlo cambiar de humor, sin conseguir buenos resultados.
En cuanto a los templos que debía de registrar, los primeros a los que fue resultaron ser casi idénticos al que ya conocía. A excepción de una cosa: su abandono. Al inspeccionar más a fondo, se podían notar claras evidencia de que alguien había estado viviendo en esos sitios previo a la llegada de su batallón. Restos de comida, alguna que otra prenda dejada atrás, entre otros muchos materiales ayudaron a confirmar que efectivamente, lugares que en un tiempo remoto se cumplían funciones meramente religiosas, recibieron hacía poco a tropas del Reino Tierra. Con la cantidad de muertos que hubo durante el último enfrentamiento contra el gigante, era muy probable que sus últimos ocupantes se hallasen entre los caídos, y que nunca regresarían. Por tanto, la tarea de registrar y buscar cualquier material que pudiera ser útil para la campaña se llevó a cabo sin temor a caer en alguna emboscada, o que los atacaran en medio de la noche.
Aunque la mayoría de sus hombres no les importaba estar actuando como arqueólogos, revisando ruinas que para ojos de eruditos serían tesoros de un valor incalculable, Takeda luchaba contra el impulso de dejarlo todo y retomar su cacería. ¿Qué importaba si perdía la confianza de Bujing al desobedecer sus órdenes, si con hacerlo podía tener otra oportunidad de dar con Quan? Derrotado y en retirada, debería de estar empleando todo de sí en perseguirlo. En vez de eso, desperdiciaba el tiempo cumpliendo una función típica de un académico.
Durante una noche, luego de haber explorado su quinto templo ya, Takeda ordeno que su batallón acampara en el mismo. Por la mañana pondrían rumbo hacia el siguiente, lo revisarían, y repetirían el mismo proceso como lo venía haciendo desde hacía días. Sin embargo, mientras todos dormían, el joven capitán se internó en un bosque cercano en solitario. Camino asta hallar un árbol en particular, que era el doble de ancho que su cuerpo. Poso su mano en la fría y seca corteza, caminando a su alrededor, analizando con la mirada, comprobando la dureza que el paso del tiempo le había otorgado al gran roble. Cuando se detuvo, espero unos instantes, y luego, dio paso a una lluvia de golpes contundentes. El aire del bosque se llenó con el crujir de los ataques de una persona que siguió y siguió castigando un objeto que ni siquiera estaba vivo realmente. Pequeñas cortadas aparecieron en sus nudillos conforme continuaba asta el punto en que sus golpes quedaban marcados con su propia sangre. Continuo atacando y atacando, como si se hallara frente a su mayor enemigo. Y De hecho, así era en su mente. Imaginaba tener de rodillas al maldito Quan, derrotado y agonizante, suplicando por su vida. Una imagen que genuinamente deseaba ver cumplida, y que no se quedara en una mera fantasía. Desafortunadamente, a su mente acudieron todas las derrotas que sufrió ante él, y de como siempre lo supero con una enorme facilidad. Se sentía furioso por no ser parte del ejército principal que lo perseguía en ese momento, y enojado con Bujing por obligarlo a cumplir con una tarea que lo alejaba de su verdadero objetivo. Pero también consigo mismo, porque aunque volviera a tener la dicha de dar con Quan en ese preciso instante, aunque pudiera tenerlo justo delante, no lograría nada. No poseía la fuerza necesaria para derrotarlo, y ese hecho lo hacía sentir un completo inútil.
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Avatar: El Dragón Sin Llamas
RastgeleEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...