El enemigo a vencer

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El aire estaba cargado de humo y sangre.

La presencia de la muerte podía apreciarse en todas partes, en lo que era una escena horrible y desastrosa que antes no existía. Aquellos que fueron testigos de su creación, ahora la recorrían horrorizados por lo que tenían frente a sus ojos. Y aunque todos eran maestros fuego, entrenados en el arte del combate para desenvolverse bien en la guerra que asolaba al mundo, a ninguno le resultaba fácil admirar la tremenda cantidad de cadáveres que dominaban lo que asta hace un par de segundos había sido un puerto en perfectas condiciones. Reducido casi a escombros, y con todas las embarcaciones que habian poblabado sus muelles envueltas en llamas, apenas si habia indicios de lo que habia sido en el pasado.

Pero con Azula, las cosas eran distintas. 

Ella, a diferencia del resto, no estaba afectada en lo más mínimo. De hecho, nada más que satisfacción y gusto podían percibirse de su rostro. No había terror, miedo, o cualquier otra emoción que sus demás subordinados si expresaban. Solo satisfacción y gusto, nada más. Pisando charcos de sangre, pasando por encima de centenares de restos humanos casi irreconocibles, los labios de la joven adquirian una sonrisa que únicamente podría definirse como macabra. 

A ojos de Takeda, quien la observaba a lo lejos, por alguna razón, no le sorprendía. Tal vez por ya tener una opinión desfavorable de ella, o porque ya le resultaba cansador el tratar de comprenderla. De cualquier modo, todavía había una colonia que liberar, y no podían permanecer mucho tiempo allí. Si la maniática disfrutaba de estas cosas, bien. No le importaba. Pero tenían que moverse rápido. Las cosas apenas estaban comenzando. 

—Princesa —Exclamo Takeda. 

Atenta al escuchar que la llamaban, Azula ubicó rápidamente a nuestro protagonista, y se le aproximó con tranquilidad. 

—Ese fue un gran espectáculo —Afirmo ella, sonriente— Supero todas mis expectativas. ¿Y el resto de tu grupo? 

—Shao dijo que trataría de sacar a todos los ciudadanos que pudiera de la ciudad para evacuarlos por si fallamos. Les dije a mis hombres que lo acompañaran. 

—Comprendo —Afirmo ella, mientras volvía a ojear sus alrededores. 

—Todavía hay una colonia que liberar, princesa. 

—Sí, tienes razón. ¡Capitán! —El nombrado, a tan solo unos cuantos metros, levanto su vista, mostrándose tan shockeado como el resto de las tropas— Organice a los hombres. Aún tenemos que ir a la ciudadela. 

—S-si princesa. ¡Todos, ya escucharon! ¡Muévanse! 

—Será mejor que me sigan, conozco el camino más corto hacia la ciudadela. 

—Por supuesto. 

Así, sin más, saliendo de su horror y recuperando la compostura, el pequeño ejército de la princesa sé ayo corriendo en dirección hacia su nuevo destino, con el fin de reunirse con las fuerzas que todavía resistían allí. 

La ciudadela interior, la última línea de defensa de Yang Gong, se hallaba ubicada en el centro de la ciudad y había sido construida sobre una elevación de tierra, alzándose de ese modo por encima del resto de la colonia. Por lo que para llegar a ella, había que ascender por una serie de escaleras, repartidas en diferentes puntos. Puede que suene como algo normal y simple, pero a poco de internarse bien en la metrópoli, los maestros fuego que seguían a Takeda se percataron que el lugar era mucho más grande de lo que cualquiera hubiese creído. Si no fuera por su nuevo guía, nadie ponía en duda el hecho de que se perderían muy fácilmente. 

De pronto, sin detenerse en su apresurado correr, los oídos de todos lograron percibir claros sonidos de lucha, que se hacían cada vez más fuertes. Confundidos, muchos se miraron entre ellos, al no comprender que sucedía, ni tampoco de donde provenía esta anomalía tan inesperada. Pero al llegar finalmente a su destino, todas las dudas que tenían quedaron respondidas y reemplazadas por otras, al contemplar como las fuerzas del Reino Tierra combatían a la guarnición de la colonia. Más no porque se hubieran lanzado en un intento por tomar la ciudadela. En realidad, la lucha ocurría a las afueras de esta. Como si los asediados hubieran abandonado la seguridad de sus puestos, para plantarle cara a sus atacantes. Lo cual no tenía mucho sentido. 

Avatar: El Dragón Sin LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora