Para todos aquellos que formaban parte de la campaña del norte, el resto del mundo le era ajeno. Aislados totalmente, no tenían ninguna noticia de como se desarrollaba la guerra en otros frentes, ni tampoco podían comunicarse con sus familias. Solos, en una tierra infestada de enemigos, todas sus esperanzas de volver a ver a sus seres queridos recaían en su renombrado general. Un hombre que, a pesar de las difíciles circunstancias por las que pasaba su ejército, siempre se mostraba indemne ante las adversidades. Aquello los inspiraba, y e impedía que cometieran el cobarde e insensato acto de deserción. Pero con los cientos que se les habían unido hacía poco, la figura que el resto veía como su líder, para ellos, le resultaba indiferente. Ese aprecio, se lo guardaban para un joven sargento cuyo nombre era desconocido para el mundo.
Sentado sobre una caja, Takeda afilaba un cuchillo. Ordinario, sin ningún adorno, o cualidad que lo hiciera diferente, el pequeño puñal no tenía nada especial. Delante de él, Satoshi practicaba los movimientos que el mismo le enseño con la lanza.
—Satoshi —Llamo Takeda sin desviar la mirada de lo que sostenía. Solo cuando el chico acudió, fue que la alzo hacia él— Ten.
Satoshi, acepto lo que le dieron, con sorpresa. No esperaba que recibir nada, y mucho menos un objeto punzante, con bastante filo.
—¿Para mí?
—Si pierdes tu lanza, usa eso.
—Sí.
Dicho eso, el sargento se puso de pie, fue hacia una porta lanzas abastecido de ellas, agarro una, y luego encaro al infante.
—Mi abuelo me enseño a usar la lanza, antes que mis manos.
El muñeco de entrenamiento que el niño estaba usando antes, yacía a tan solo un par de metros. Y con dos rápidos movimientos, Takeda lo apuñalo para terminar con una arremetida tan fuerte que toda la punta atravesó el objeto por completo. Satoshi quedo impresionado por la velocidad y el despliegue de sus ataques.
—Cuando estás en un pelotón, esto no hace falta —Fue con tanta fuerza que clavo el arma en el objeto, que tuvo que retirarlo con sus manos para que pudiera seguir utilizándola, y continuar con su lección— Pero sí estás solo, sí. Mira lo que hago. Después repítelo.
Ejecutando rápidos, y a la vez certeros movimientos con la lanza que pudieran ser emulados sin mucha dificultad, al terminar dejo que su pequeño estudiante repitiera lo que hizo. Dándole espacio para que pudiera practicar mejor, lo miro de forma analítica, notando al instante los errores que cometía por emplear un arma que aún seguía sin dominar. No dijo nada al respecto, por qué esperaba que se diera cuenta él solo, sin ninguna ayuda de su parte. Si quería que su nuevo estudiante lograra desarrollar las habilidades necesarias para sobrevivir a la campaña, había cosas que tenía que descubrir por sí mismo.
—Sargento Takeda —Un maestro fuego, acompañado por otros dos, apareció de repente. —El general Bujing quiere verlo.
—Sigue practicando. Ahora vuelvo.
Llevado nuevamente ante la presencia del comandante en jefe y único líder de todo el ejército, el infante no dijo nada. Obedeció, y siguió realizando los movimientos que se le enseñó. Takeda por su parte, termino nuevamente en el mismo complejo donde dio su informe cuando llego al campamento. Más, en vez de entrar, hicieron que lo rodeara, asta llegar a la parte trasera. Donde lo esperaba Bujing, admirando todo el campamento que tenía por debajo, en su ya típica pose de autoridad.
—Déjennos.
Al irse los maestros, quedándose ellos dos solos, Bujing siguió sin dirigirle la mirada a quien el mismo mando llamar.
ESTÁS LEYENDO
Avatar: El Dragón Sin Llamas
RastgeleEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...