En cuanto sus ojos comenzaron a abrirse, todo cuanto veía estaba más que borroso. Al parpadear un par de veces la claridad se hizo presente y la primera cosa en donde terminó posando su vista fue un techo oscuro, iluminado por la luz del día. Se percató entonces que estaba recostado en una cama, tapado por una suave sábana y que justo a su lado había una ventana abierta. Naturalmente quiso incorporarse ahora que ya estaba despierto. Pero mientras realizaba esta acción sintió su brazo izquierdo un tanto diferente, y adolorido. No fue hasta que estuvo sentado que pudo notar la enorme cantidad de vendas cubriendo su extremidad. La admiro por unos segundos, serrando y abriendo su puño, recordando quien fue la responsable de dicho daño a su cuerpo.
La princesa Azula resulto ser mucho más peligrosa y fuerte de lo que se había imaginado. ¿Lanzar un rayo a quema ropa sin siquiera dar una advertencia? Si ese ataque lo hubiese alcanzado en el pecho, tal vez ni siquiera estaría vivo. Nada de lo que había escuchado antes sobre ella se podía comparar con lo que sufrió en carne propia. Pero si tras su primer día bajo su servicio terminó en ese estado, solo eventos similares podía imaginarse en su futuro. Siendo de ese modo, no pudo evitar preguntarse... ¿Qué tanto podría aguantar en este horrible puesto? Negando con su cabeza, se despejó de tal pensamiento. Centrándose únicamente en su presente.
Además de la suya, había muchas otras camas desplegadas por todo el lugar. Todas y cada una estaban vacías. Pero el grado de limpieza y orden sobresalía en cada detalle que observaba al analizar su entorno. Nada parecía estar fuera de lugar: los pocos estantes y muebles que había relucían impecablemente, el polvo era inexistente e incluso el aire tenía cierta frescura a flores que cualquiera podría percibir. Pero ese ambiente contrastaba mucho con la vista que le proporcionaba su ventana. Allí solo podía admirar un extenso terreno infértil que llegaba hasta una muralla, impidiéndole ver cualquier otra cosa más allá. Con eso le fue más que suficiente para determinar que aun seguía dentro del palacio real, más no respondía la pregunta del como había llegado a ese sitio. Lo último que recordaba era que iba caminando herido tras lo sucedido con la princesa.
—Despertaste.
Girando su cabeza hacia el origen de esta nueva voz, Takeda encontró a un hombre uniformado con la típica e inconfundible vestimenta de un coronel.
Estaba parado en medio de la entrada y como no había ninguna puerta, era entendible que no lo escuchara llegar.
—¿Mak? —Pregunto algo confundido al reconocer quien era el recién llegado.
El llamado Mak esbozó una leve sonrisa en respuesta a su pregunta mientras se aproximaba hacia él, situándose justo a su lado. Mak tenía un semblante de seriedad y fuerza que le daban una imagen muy apropiada para alguien de su rango. Pero de entre sus muchas características físicas, la que más resaltaba a simple vista no eran ni su apariencia o lo fornido que parecía ser. Si no, la curiosa barba que tenía. Estaba muy bien emparejada en ambos lados de su rostro, de un modo en que se formaban cuatro cuchillas perfectamente prolijas. Mientras que en su barbilla existía algo de bello, con una forma similar, que se alzaba en solitario. Sin duda, un diseño muy curioso y más que notorio.
—¿Cómo te sientes? ¿Te duele el brazo?
—Estaré bien ¿Dónde estoy?
—En la enfermería del palacio.
—No sabía que había una.
—Ni yo. Hable con Shinu y me lo dijo todo ¿La princesa te dejo así?
Su pregunta hizo que una vez más examinara su propio brazo, como si aún no pudiera creer el daño que le habían infligido. Todavía podía sentir claramente como ese devastador ataque lo impactaba, la gran descarga eléctrica recorriendo cada uno de sus músculos y el terrible ardor que lo invadió después. Pero lo que más estaba presente en esa memoria no era solo el rayo que recibió, sino la sonrisa llena de satisfacción y disfrute que le dedico la princesa mientras lo miraba directamente a los ojos.
ESTÁS LEYENDO
Avatar: El Dragón Sin Llamas
De TodoEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...