Las cosas ahora si no podían ser peor para Takeda. La princesa lo había despedido, su intento para volver a ser un capitán termino en fracaso, y ahora prácticamente gozaba del mismo estatus que un bago de cuarta, sin trabajo ni hogar. Re enlistarse y empezar desde cero parecía ser una posibilidad factible, teniendo en cuenta eso. Pero consiente de que ese sería un camino largo y tortuoso, paso varios días tratando de hallar algún otro en el que se requiriera menos tiempo para recuperar su antiguo rango. ¿Pero qué podía hacer? Pese a tener experiencia sirviendo tanto en el ejército como en la armada, el simple echo de que fuera un no maestro ya le serraba muchas puertas. Además, el conseguir otro trabajo y renunciar definitivamente a dicha meta era algo totalmente impensable para él. Así que, tras seguirlo meditando por otro par de segundos, se levantó de su cama y comenzó a vestirse con la única ropa que portaba cuando salió del palacio. Al hacerlo no pudo evitar observar todo su antebrazo derecho, e inspeccionarlo. Ser lastimado en ambas extremidades por la misma chica, asta el punto de dejarle severa sicatrises, era una suerte que cambiaria con cualquier otro. Sin mencionar que sus circunstancias tampoco eran las mejores.
Tras abandonar la residencia real, perdió el único sitio donde le permitían alojarse. En consecuencia, Takeda se vio obligado a buscar refugio en un nuevo lugar, y lo encontró al evaluar los precios de diferentes posadas ubicadas por la zona baja de la capital, donde residían los plebeyos. Obviamente, eligió la más económica y barata para ahorrar. Aunque por desgracia, la habitación en donde termino hospedándose era algo sucia y el polvo detonaba mucho la falta de limpieza por parte del propietario. Pero el establecimiento ofrecía comida, más un techo donde dormir, por lo que se podría decir que no le falto nada durante su estadía.
Ya afuera, el joven revisó una pequeña bolsa de dinero que tenía para hacer un recuento. Para su sorpresa, el pago que le dieron cuando aún era el supuesto protector de la hija de Ozai fue muy generoso. Literalmente era casi el triple de lo que ganaba como capitán y eso le sirvió para subsistir mucho más de lo que previo en un primer momento. Pero el dinero no era infinito, y con cada día que pasaba no se hacía más rico.
Caminando por las calles de la ciudad capital, su mirada se centraba en un una inmensa torre que se hacía más grande conforme seguía con su marcha. Aquel edificio tenía una enorme importancia estratégica que no era desconocida por nadie, llegando a ser casi igual de importante que la famosa Fortaleza Pohuai.
Conocida como La Plaza Real, era un foro creado para que la familia real pudiera dar discursos ante su pueblo, y como la primera línea de defensa de toda la ciudad. Dotada de almenas y distintos tipos de armas, este escenario representaba el poderío de la Nación del Fuego ante todo el mundo. Al estar ubicada entre dos acantilados, impedía que pudiera ser rodeada en cualquier posible invasión. Convirtiéndola en una de las fortalezas más impenetrables y duras que existían. O al menos, eso se suponía. En todo lo que llevaba la guerra, nadie había sido lo suficientemente audaz, o valiente, como para llevar a cabo un ataque que pudiera poner aprueba sus defensas. Ademas, todo lo mencionado solo era visible para los que ingresaban a traves del puerto. Para el resto de los ciudadanos lo unico que les indicaba que tal estructura existia era la torre principal, cuya elevada altura se podia apreciar desde incluso el palacio de su majestad. Aun así, seguía siendo un símbolo que inspiraba a las tropas y daba esperanza a la gente. Esto último, era más por una función que allí se realizaba todos los días. La de mensajería.
Aunque el conflicto se libraba muy lejos de sus hogares, las personas que vivían su día a día con tranquilidad en la capital, siempre luchaban contra una gran incertidumbre. No eran pocos los que se enlistaban en las fuerzas armadas para combatir en el frente, y las familias que dejaban a tras nunca podían dormir sin tener en cuenta la terrible posibilidad de que tal vez nunca los volverían a ver. Por eso mismo, acudían a ese sitio para mandar cartas, y esperar a que hubiese alguna respuesta que pudiera apaciguar sus miedos. O, en el peor de los casos, una confirmación de su mayor temor.
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Avatar: El Dragón Sin Llamas
DiversosEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...