La realeza lo es todo. Los más poderosos. Los más fuertes. Los más grandes. Solo ellos nacían con el derecho divino de gobernar. Su voluntad era ley y nadie podía ir contra la corona. Aquellos que no entendieran eso y buscaran convertirse en algo para lo que no estaban destinados solo eran unos simples tontos. Ese era el orden natural de las cosas por el que sé regia el mundo, y lo seguiría siendo por toda la eternidad.
Azula entendía eso muy bien y por ello debía de ser la mejor.
Como princesa de la nación más poderosa sobre la faz de la tierra tenía que convertirse en la imagen de la perfección misma, y lo había logrado con creces. Nadie podía igualarla en combate, su intelecto resultaba ser abrumador para personas que la doblaban en edad y la belleza que poseía solo acrecentaba más ese retrato de grandeza que generaba en las personas. No existía un solo ser en el mundo que fuera mejor que ella en algún aspecto y nunca se le cruzó por la cabeza la idea de que alguien pudiera superarla. Pero existía cierta molestia que no paraba de hacerse presente desde cierto día.
Practicando su fuego control ante la presencia de las ancianas consejeras, Lo y Li, la princesa se veía normal. Sus movimientos era tan precisos como de costumbre, las llamas azules que generaba mantenían ese color característico sin ningún cambio y su rostro tenia la misma expresión de tranquilidad que siempre mostraba en sus sesiones de entrenamiento.
—Excelente. —Dijo Lo
—Digna de un prodigio. —Siguió Li.
Ambas estaban a un costado de la arena de entrenamiento que Azula utilizaba. Como consejeras su único labor era hacer eso, aconsejar. Y la joven apreciaba sus consejos. Sus años de experiencia dentro de la corte las hacían las maestras perfectas para aprender lo básico de las intrigas políticas. Al menos cuando ella era un tanto inexperta en ese tema. Sus conocimientos ya eran lo suficientemente avanzado como para poder valerse por sí misma sin la necesidad de que esa dos estuvieran encima de ella diciéndole que hacer. Ya no las necesitaba. Sin embargo su compañía le resultaba un tanto agradable en ocasiones como esa. Que te digan lo buena que eres una y otra vez era algo sumamente revitalizador, ya que no mentían. Ella era excelente.
—Su dominio del fuego es impresionante.
—El señor del fuego seguro siente mucho orgullo hacia usted, princesa.
Azula sabia eso. Su padre la eligió por encima de su débil hermano mayor porque pudo ver el potencial que tenía, ¿Por qué otra razón más la favorecería a ella con todos los lujos mientras que a su otro hijo lo desterró de su propia nación? Pero más que un padre él era su mentor, su maestro, la personificación misma de como debe ser un buen gobernante: Fuerte, implacable, duro, poderoso e invencible. Nadie podía compararse con él, ni siquiera el avatar.
Al ser hija de tan grandioso hombre tenían que estar a la altura de sus expectativas y claramente las cumplía a todas con mucho orgullo. No la contradecían en nada, le temían y respetaban por igual e incluso su fuego control era único. Las probabilidades de que existiera alguien capaz de vencerla eran...
—Un compañero podría ayudarle a mejorar mucho más.
—Pero todos con los que entrena nunca están a su altura.
—Una lástima. —Dijeron ambas consejeras.
Por alguna razón esas palabras intensificaron una desagradable sensación que no lograba identificar. Era irritante el no saber el significado de tal situación y la verdad se estaba hartando.
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Avatar: El Dragón Sin Llamas
RastgeleEl viaje del Avatar Ang por terminar la guerra de los cien años, y restaurar el equilibrio del mundo es una muy bien sabida. Los desafíos que enfrentó, las amistades que forjó, y las perdidas que tuvo que superar, le dieron la fuerza necesaria para...